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28 JULIOMICÓ Pero el trabajo, si bien es cierto que ha acompañado siempre la experiencia de la vida religiosa, tiene un significado diverso según los grupos que lo han tomado como integrante de su vida consagrada al Señor. El trabajo manual ocupa bastante tiempo en la vida de los anacoretas y ermitaños del desierto. 237 San Benito lo recuerda en su Regla advirtiendo que «si las circunstancias del lugar o la pobreza exigen que ellos mismos tengan que trabajar en la recolec– ción, que no se disgusten, porque precisamente así son verdaderos monjes, cuando viven del trabajo de sus propias manos, como nuestros Padres y los apóstoles». 238 Con la aparición de los monasterios las Reglas integran el trabajo dentro de la armonía monástica. Así san Agustín advierte que en todo monasterio bien ordenado debe repartirse el día entre el trabajo, la lectura y la oración. 239 San Benito detallará con mayor minuciosidad el tiempo que se debe ocupar en tales empleos, aduciendo que «la ociosidad es enemiga del alma; por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y a otras, en la lectura divina». 240 La dedicación preferente de los monjes al trabajo intelectual dejó para los «conversos» las ocupaciones manuales. Algunas reformas monásticas, como los Cistercienses, recuperaron para los monjes el trabajo manual al admitir solamente las posesiones que pudieran atender por sí mismos. Esta actitud les valió la ironía de los Cluniacenses que se preguntaban: ¿ Qué nuevo género de vida es éste en el que los monjes se dedican a cavar campos, roturar bosques y acarrear estiércol? 241 Pero muy pronto los monjes también fueron insuficientes para cultivar ellos solos las grandes extensiones que habían desecado o gana– do al bosque, por lo que tuvieron que incorporar de nuevo a los «conversos» para que se dedicaran exclusivamente a los campos y granjas. 242 y quería seguir trabajando» -confesión apoyada por el testimonio de los biógrafos– está el hecho curioso de que nunca nos lo presentan trabajando. Las únicas excepciones son cuando reparaba iglesias y el entretenimiento, más que trabajo, en la confección de un vaso de madera durante una cuaresma, hasta el punto de hacer creíble la puntuali– zación de san Buenaventura: «El mismo Francisco trabajaba poco, a no ser para evitar el ocio; y aunque él fue un observador perfectísimo de la Regla, no creo que hubiera ganado nunca con su trabajo más de doce denarios o su equivalente» (Expositio super Regulam, p. 334); V. REDONDO, «El trabajo manual en San Francisco de Asís, en Est.Franc. 84 (1983) 85-129. 237 Cf. La Regla de S. Benito, p. 219 ss.; V. REDONDO, «El trabajo manual en San Francisco de Asís», 89 ss. 238 La Regla de S. Benito, 48, 7-9. 239 MIGNE, PL 40,576; V. REDONDO, «El trabajo manual», 92 s. 240 La Regla de S. Benito, 48, 1; V. REDONDO, «El trabajo manual», 94 s. 241 MIGNE, PL 182, 73. 242 Cf. J. M1có, «Los hermanos laicos», 29 s. 11 ·1

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