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26 JULIO MICÓ El asentamiento de la Fraternidad había creado una serie de necesidades que era imposible atender sin recurrir al dinero. En buena lógica se hubiera tenido que aceptar su manejo, entrando así en el círculo de la normalidad. Pero Francisco, tal vez porque no llegó a asimilar del todo la dirección en que evolucionó la Orden, hizo lo posible por mantener una organización económi– ca que prescindía del manejo del dinero y que había sido pensada para un grupo itinerante, en una Fraternidad ya instalada que necesitaba de él. El dilema estaba en aceptar con realismo el uso del dinero o, tal como se resolvió, mantener el tipo pauperístico de economía, recurriendo a los «amigos espiri– tuales» en las cosas que hacía falta utilizarlo. 232 Algunos Movimientos pauperísticos usan este término de «amigo» para designar a los miembros del grupo que permanecen en sus casas. En nuestro caso concreto bien pudiera referirse a los «penitentes franciscanos» laicos, encargados de recoger limosnas en metálico para atender a las necesidades señaladas en la Regla; o, aunque menos probable, los verdaderos amigos del santo que, colocados en una buena posición social, podían satisfacer estas necesidades. El miedo a la utilización del dinero en cosas necesarias obligó ya en marzo de 1226 a los misioneros de Marruecos a la utilización de los privile– gios papales. En la bula «Ex parte vestra» se les dice que «no pudiendo encontrar gratis víveres en esa tierra, dado que se acostumbra ahí a ayudar a los pobres no con panes sino con dinero, la necesidad urgente os obliga caritativamente a aceptar, aunque con moderación, dinero y gastarlo sólo para comidas y vestidos. »... nos, atendiendo a vuestra loable tarea y a vuestro propósito, accedien– do a vuestras súplicas, os dispensamos de los supradichos preceptos en esas regiones, siempre que os impele la antedicha necesidad y la conveniencia a ello invite, y con tal de que no sobrevenga el dolo ni la ambición engañe vuestra sinceridad»; 233 de este modo se salvaba el ideal pauperístico de la Fraternidad, al mismo tiempo que los superiores podían satisfacer las necesi– dades de los frailes. Las experiencias misioneras, tanto en Oriente como en el centro de Europa, aconsejaban cierta flexibilidad; de ahí la recomendación de que los superiores sean sinceros a la hora de aplicar la Regla. La diversidad de lugares, tiempos y regiones frías que deben tener en cuenta los Ministros cuando atiendan a los hermanos viene también encomen– dada al abad en la Regla de san Benito: «Ha de darse a los hermanos la ropa 232 Cf. L. DE AsruRZ, «Apropriatio», p. 33 s. 233 Bull.Franc., Y, 26a-b; cf. L. HARDICK, Pecunia, p. 203.

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