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36 JULIOMICÓ ocio se convirtió en un verdadero problema; 260 Problema, por otra parte, que se plantea en todo grupo cerrado. Ya san Agustín se lamenta de que algunos monjes venidos de las clases sociales más bajas no quieran trabajar, 261 y la Regla de san Benito prevé que uno o dos ancianos vigilen a los demás monjes durante la lectura. 262 Los Cluniacenses llegaron a suprimir el trabajo, pero Pedro el venerable tuvo que introducirlo de nuevo. 263 De la ociosidad reinante en los conventos se lamenta también Celano en un tiempo en que la Fraterni– dad está ya bien organizada (2 Cel 162). La desaparición progresiva del trabajo manual coincide con la evolución de la Orden hacia formas conventuales. El tiempo en que se escribe la Regla bulada ocupa el término medio de esa transición de trabajar «para los demás» a tenerlo que hacer para el servicio exclusivo del convento. Aquí todavía hay un grupo de hermanos a quienes el Señor les ha dado «la gracia del trabajo», pero todos sabemos que a trabajar se aprende, por eso sospechamos que el trabajo manual no debía gozar de demasiadas simpatías en la Fraternidad cuando Francisco, sólo tres años después, manda en el Testamento que todos los hermanos trabajen y «los que no lo saben, que lo aprendan». No sabemos si este «todos» se refiere a la Fraternidad entera o solamente a los que no se ocupan en otros menesteres. Celano recuerda el pasaje (2 Cel 161) pero sin aclarar este particular. El otro condicionamiento del trabajo es que «no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción», cosa lógica en una Fraternidad que ha optado por la «forma del santo Evangelio» y, como dice Francisco en la Regla de 1221, «después que hemos abandonado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle». 264 260 El trabajo, como solución al problema del ocio, surge en un momento ya evolucionado donde los monjes no tienen ya necesidad de trabajar para sustentarse. Poseen haciendas que les producen rentas, y eso les permite dedicarse, todo lo más, a las labores de la casa o al cultivo del huerto. Dentr!) de este contexto era lógico que se buscase una ocupación, puesto que «la ociosidad es enemiga del alma». 261 MIGNE, PL 40, 575. 262 Regla de S. Benito, 48, 17-25. 263 Las razones que pone son que la ociosidad ocupaba tanto tiempo a los monjes, y en manera especial a los conversos, que excepto unos pocos que se dedicaban a leer o escribir, la mayoría mataba el tiempo dormitando en las paredes o, lo que es peor, murmurando y hablando durante todo el día cosas vanas y ociosas (MIGNE, PL 189, 1037). 264 1 R 22, 9; d. K. EssER-E. GRAU, «Trabajo y vida de penitencia», en Cuad.F~an.Ren. 4 (1971) 206. 1 1

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