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EL CARISMA FRANCISCANO DE ASÍS 35 Nos podrá parecer una finalidad muy pobre la de trabajar para evitar el ocio; pero en la Regla de 1221 ya se habla de que «todos los hermanos procuren ejercitarse en obras buenas, porque escrito está: Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado. Y además: La ociosidad es enemiga del alma. Por eso, los siervos de Dios deben entregarse constantemente a la oración o a alguna obra buena». 258 El trabajo formaba parte de esas «buenas obras» en las que deben ejercitar– se los hermanos, y sería equivocado por nuestra parte pretender exigirles una visión laboral de que adolecieron. El trabajo manual tenía para ellos una resonancia apostólica que formaba parte de la vida global, pero que no consti– tuía una ocupación continua y exigente como en la actualidad. Aunque más adelante veremos la otra finalidad del trabajo -«recibir lo necesario para sí y sus hermanos»-, no obstante queda la sospecha de que ni para Francisco ni para la Fraternidad el trabajo fuera algo tan serio y organizado como lo practicaban algunos Movimientos pauperíticos -los Humillados- o lo enten– demos hoy. 259 Nos resulta difícil para una mentalidad como la nuestra basada en la idea -no sin cierta intención utilitarista- de que el trabajo hace al hombre, el aceptar que se trabajara para evitar la ociosidad. Creeríamos que se trata de una imposición de los Ministros si no tuviéramos textos paralelos de Francisco que apuntan lo mismo. Ya hemos visto la Regla de 1221, pero en el mismo Testamento manda que todos los hermanos trabajen, «no por la codicia de recibir la paga del trabajo, sino por el ejemplo y para combatir la ociosidad» (Test 21). Si al principio, cuando los hermanos eran menos y llevaban una vida ambulante, cabía la posibilidad de perder el tiempo, después que se asentaron en conventos y fue decreciendo la costumbre de trabajar «para los demás», el 258 1 R 7, 10 ss.; Sto. Domingo de Guzmán, p. 806. 259 A pesar de que, teóricamente, el trabajo manual formaba parte de la opción pauperística de la Fraternidad, no tenemos datos que avalen una organización seria de esta actividad. La práctica parece que no correspondía a la teoría, no sólo porque así lo reflejase el ambiente antilaboral en el que se escribieron las biografías, sino incluso los mismos Escritos del Santo. Da la impresión de que se está defendiendo un valor -el trabajo manual- que se urge como fundamental, pero que en la práctica no se acepta así. Por otra parte hay que reconocer que el trabajar nunca fue un ideal para la antigüedad. En la patrística no existe una teología del trabajo, y menos entre los teólogos medievales. La valoración positiva del trabajo es una invención reciente de la sociedad industrial en la que el trabajo ha podido manifestarse como creador más que como una necesidad de subsistencia o como una especie de maldición; cf. G. M. CoLOMBAS, La Regla de S. Benito, p. 374.
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