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de los siglos, múltiples manifestaciones de efecto hacia María. Quizá sea por el talante femenino y maternal que despide la persona de esta mujer cercana e inserta también en el pueblo sencillo, o la importante misión de ser la Madre de Dios, o quizá se ha proyectado en María el rostro tierno y cariñoso que durante tantos siglos se le ha negado a Dios en el seno de la Iglesia, lo que ha producido un culto exhacerbado y grandioso de María en muchos lugares cristianos. Sin ir más lejos, ¿qué pueblo o región hay en nuestra geografía española donde no se dé culto a María con una u otra advocación? Y es que hay que resaltar sobrema– nera la intuición genial que siempre ha tenido la gente sencilla al resaltar las cualidades de la maravillosa personalidad de la mujer fuerte por excelencia en las miles de advocaciones distintas. Brevemente, hemos de distinguir tres apartados en estas manifestaciones devocionales: l. En primer lugar, está el ámbito de lo oracional, las oraciones que han calado muy hondo entre nuestras gentes y han hecho arraigar muy profunda– mente la devoción mariana: el rosario y el ángelus. También podemos añadir aquí la multitud de poemas, de consagraciones, de ofrecimientos, de cantos... que cada pueblo y cada comunidad cristiana eleva a la Madre de la Palabra encamada. 2. En segundo lugar, se trata del ámbito de los santuarios marianos, con sus correspondientes romerías y peregrinaciones a lo largo del año. Y cada uno de ellos está ligado con lazos fuertes a la naturaleza: a las marismas, al agua, a los bosques, a las huertas, al nacimiento de la vegetación, a los animales. De ahí que bastantes antropólogos hayan afirmado el carácter naturista de muchos cultos y peregrinaciones, tal vez herederos de antiguas tradiciones precristianas. En palabras de Francisco de Asís, «la Madre Tierra que nos nutre con su amor». 3. Por último, el ámbito de las fiestas dedicadas a determiadas advocacio– nes marianas, con sus correspondientes imágenes, procesiones, cofradías, her– mandades, etc. Principalmente hay cuatro momentos fuertes en este festejar lo mariano: la Navidad, fuertemente impregnada de sentido mariano; la Semana Santa, donde la imaginería popular se desborda en representaciones de los cris– tos sufrientes y las dolorosas cubiertas con un manto de dolor y desesperación en pos del Hijo muerto, algo que por otra parte cala profundamente el corazón de las gentes sencillas; en tercer lugar, el mes de mayo, dedicado a María, en que la primavera hace un estallido de color y de alegría que coincide con las fiestas y devociones populares de diversas advocaciones marianas; por último, dos de las cuatro fiestas tradicionales en la liturgia cristiana (Anunciación, Asunción, Natividad y Purificación o Presentación del Señor en el Templo) gozan de un especial arraigo entre el pueblo: la Asunción y la Purificcación– Presentación. La primera de estas dos es la más señalada por coincidir con el descanso veraniego y con el fin de la recolección de cereales: 15 de agosto. La segunda es denominada popularmente como La Candelaria, desarrollándose ese día los ritos populares de la procesión de las candelas y el encanto del sím– bolo de la Luz (relacionada con esta devoción está el título de «Virgen de la 43

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