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Esperanza», advocación muy extendida en la Baja Edad Media. Baste sólo hacer mención de las representaciones de las vírgenes embarazadas). Es importante echar raíces históricas del presente. Entonces nos percatare– mos de las transmutación que experimentan numerosos santuarios dedicados a los santos, y que a partir del siglo XI se consagran a María. De este modo, la devoción a María y su arraigo entre el pueblo experimenta un incremento extra– ordinario. 4.2. FIESTA POPULAR VERSUS HIERATISMO SACRAMENTAL No es raro encontrar en nuestras iglesias e incluso en nuestras celebracio– nes personas que nos digan: «¡Qué fríos son estos ritos!», o «falta el calor de la cercanía en las celebraciones». Y es cierto, pues con frecuencia los ritos sacra– mentales han revestido un patente hieratismo. Si por cultura se entiende aquel sentimiento que «nace del fondo viviente del sujeto y es vida, espontaneidad»., la hieratización es lo contrario: anquilosamiento, todo aquello que seca la savia fresca de la vida, que va contra la espontaneidad. Aquellas palabras son una voz profética que nos ha de poner en vigilancia constante a los cristianos, pues el sacramento es el camino de la gracia, la vía por la que el don gratuito de Dios se hace presente en nuestras vidas y, por tanto, ha de contener una continua lozanía y frescura. Frente a este problema, el catolicismo popular rejuvenece su protagonismo y opta por una jovialidad más alegre en su fiesta popular. Sociólogos, antropólogos y teólogos han emprendido una gran tarea para mostrar que las fiestas religiosas de los pobres, lejos de resolverse en superfi– cialidades externas, responden a sus profundas exigencias y constituyen una celebración rica en símbolos, en fantasía creadora y en teología narrativa, que sería una auténtica pérdida ignorar o rechazar por causa de algunos aspectos espúreos innegables, pero no aislables en abstracto, presentes en estas fiestas. En la fiesta, el pueblo encuentra fuerza para la vida diaria y la capacidad de volver con renovada esperanza a la lucha cotidiana. La fiesta es la explosión de una solidaridad profunda, la recuperación de la conciencia de no estar solo en la lucha y de trabajar por una convivencia humana y distinta. En la fiesta religiosa popular, sobre todo, esta dimensión de alegría, de esperanza, de solidaridad, es exaltada por el hecho de sentimos cercanos y familiares a los santos, y de manera muy especial a María. Por último, en quellos casos en que todavía las fiestas populares no se han visto enredadas totalmente en las pegajosas del consumismo, afloran no sólo energías latentes abiertas a la renovación social, sino también auténticos valores espirituales. Ciertamente, en ellas encuentran espacio suficiente las actitudes de relación confiada y filial en Dios, de devoción a los santos, en especial a María, Virgen y Madre, con la intensidad de que sólo son capaces los sencillos y los pobres. 44

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