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498 JOSÉ ANTONIO ECHEVARRÍA -Pueden fusilarnos aquí mismo, comenzando por mí -dijo tranquilo el padre Esteban al coronel que mandaba la numerosa y vociferante tropa. Cuando horas después los conducían bien escoltados por las calles de la ciudad, una pobre mujer logró acercarse al superior para entregarle una bolsita con cien pesos, al tiempo que le decía: -Padre, reciba esta pequeña limosna. Ahí va mi corazón... Los sollozos no le dejaron decir más. No hacía falta. Lo había dicho todo. A los pocos días, un barco de bandera norteamericana recogía a los exi- liados para trasladarlos, entre constantes manifestaciones de afecto y sim– patía por parte de la oficialidad y pasajeros, al puerto de San Francisco de California. "Con esto -apostilla un biógrafo- una vez más, como en España y en Cuba, también en la América Central, se veía obligado a interrumpir su la– bor apostólica bajo el signo de la persecución liberal". * * * * En Estados Unidos permaneció un tiempo a la espera de destino. Desti– no que le llegó a primeros de 1873: debía regresar a Europa, concretamente al convento de Bayona (Francia), dirigiendo un grupo de jóvenes religiosos catalanes encomendados a su cuidado y formación. Cumplió la obediencia de inmediato, aunque con la natural pena de dejar su campo de misión. Una vez en Francia, como lo suyo era proclamar la palabra de Dios -"estoy preparándome para algunas misiones que se van a hacer en vas– cuence", escribía a su familia- predicó en efecto en la que era su lengua materna por el sur de Francia y norte de Navarra, zona a la sazón domina– da por los batallones del pretendiente Carlos VII durante la tercera guerra carlista. Mas he aquí que por entonces los superiores le confían algo importante al par que complicado: restaurar la Orden en España, reagrupando exclaus– trados, abriendo conventos y organizando noviciados y casas de formación. Desde este punto, el padre Esteban deberá compaginar su tarea de misionar con mil pasos, entrevistas y gestiones antes autoridades civiles y eclesiásti– cas., lo que le acarrearé además de ímprobo trabajo, no pocos ni pequeños contratiempos y disgustos, que pusieron a prueba su serenidad y paz. El primer intento, en 1874, de reabrir algún convento en la zona carlis– ta no tuvo éxito. Esperó ocasión más propicia, que, afortunadamente se presentó dos años después con la subida al trono de Alfonso XII y la com– pleta pacificación del país. Desde Bayona viajó a Pamplona acompañado por el célebre padre Pe– dro de Málaga. El paso de los dos capuchinos causó asombro en los jóve– nes que nunca habían visto tan extraña vestimenta y una agradable sor-

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