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496 JOSÉ ANTONIO ECHEVARRÍA hábito y cuanto conforma el capuchino que había soñado ser. Mas ¿dónde vivir así? En Francia las cosas no se muestran muy claras para la Iglesia: Italia, en cambio, vive más aliviada de presiones liberales. Y allá se fue el padre Esteban, acogiéndose a la provincia de Las Marcas, donde se entre– ga de lleno al estudio y práctica del nuevo idioma. Con tan buenos resul– tados que pronto puede predicar cuaresmas y abundante sermones con aceptación y eficacia. Así, hasta que un día en 1842, cuando ya ha cumplido 33 años, siente que algo remueve su espíritu ante la carta de los superiores que le ofrecen un puesto de misionero en tierras americanas. Viendo en ello la mano de Dios, contesta inmediatamente: -"Ecce ego, mitte me". Envíeme a donde quieran y como quieran. El generoso ofrecimiento se cumplió en julio del mismo año, cuando nuestro fraile salía del puerto de Marsella rumbo a Venezuela formando parte de una nutrida expedición de 49 misioneros. * * * * Desde este punto resulta tarea imposible recoger en la limitación de un apunte biográfico las andanzas apostólicas del capuchino navarro. Sólo el nombrar pueblos evangelizados; señalar valles recorridos y caminos holla– dos; contabilizar misiones, y todo tipo de predicación; y apuntar -simple– mente apuntar- los hechos prodigiosos, las conversiones ruidosas o calla– das, ímprobos esfuerzos para conseguir la paz en situaciones límites, las persecuciones, incomprensiones, calumnias, junto a los continuos trabajos de íegaíización de matrimonios irregulares..., todo ello ocuparía largos y apretados folios. Con todo, algo habrá que decir de quien ha sido calificado como "el más grande misionero tal vez de nuevo mundo después de San Francisco Solano". Hay que verlo, pues, en la realidad de largos años y de incontables ca– minos: alto, decidido, vistiendo siempre el áspero hábito marrón y calzan– do pobres sandalias, llevando al cuello el crucifijo de misionero, una escar– cela de paño para el libro de rezos, enrollado a la espalda el estandarte de la Divina Pastora y apoyándose en su asta como bastón de viaje. Y como complemento una gran caracola de mar en bandolera, de la que arranca un zumbido potente y estremecedor cuando hay que convocar a las gentes a la misión. Normalmente le acompañan uno o varios hermanos de hábito, puesto que las misiones, densas de actos, se prolongaban diez, veinte, treinta y más días según los casos. Misiones en las que la predicación tradicional se com– pletaba con catequesis a niños y adultos y visitas domiciliarias a enfermos

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