BCCCAP00000000000000000001477

494 JOSÉ ANTONIO ECHEVARRÍA Dejémoslo ahí, pues en tanto el pueblo desfila y reza, podemos rehacer, siquiera sea en breves trazos, la figura del llorado capuchino. * * * * En el hogar de Juan Pedro Marcuello y María Francisca Zabalza no hay lujos, pero tampoco agobian las apreturas económicas. El trabajo del campo y del rebaño, aunque duro y monótono, da para vivir con decoro. Abundan en cambio, y de modo notable, las virtudes propias de un hogar cristiano, lo que hace que padres e hijos se sientan estrechamente unidos y felices. La pena es que pronto, cuando Pedro Francisco tiene once años y hay otros hermanitos en casa, la muerte de María Francisca sume el hogar en una fría ausencia de cuidados y cariños maternales. -En adelante la Virgen María será vuestra madre- los consoló alguien. Y lo fue. El futuro capuchino la sintió siempre cercana, maternal y dul– císimo, como Pastora Divina que velaba por él y por las almas a él enco– mendadas: La infancia y adolescencia transcurrieron en el aprendizaje de las pri– meras letras y el pastoreo del rebaño de su padre. Un buen entrenamiento para quien Dios había de encomendar después miles de ovejas descarria– das. Rondaba Pedro Francisco los 19 años cuando se sintió atraído por la vi- da sacerdotal. Se lo manifestó lealmente a su padre, que objetó perplejo: -¿Ya tu edad vas a emprender una carrera tan larga? -Sí padre, y lo conseguiré. Así pasó un año, repartiendo las horas entre los estudios en la rectoría parroquial del pueblo vecino y los trabajos de la hacienda familiar. Más ocurrió que el joven seguía percibiendo en el fondo del alma una voz misteriosa que le hablaba de mayor generosidad en la entrega. Fiel a la llamada, dejó un día pasmado a familiares y amigos cuando de pronto les dijo: -Me voy donde Dios me llama. Quiero ser capuchino. Algún día mi pueblo tendrá un santo. Aquella misma otoñada de 1828 caminó con pie ligero hasta Pamplona para presentarse al superior provincial de los capuchinos. Pocos días después iniciaba el noviciado en Cintruénigo con la vesti– ción del hábito y el estreno del nombre religioso: Fray Esteban de Adoáin. Emitidos los votos, pasó a Pamplona para continuar los estudios eclesiás– ticos. Con la ordenación sacerdotal recibida en la iglesia de las agustinas re– coletas de la ciudad, el padre Esteban se sintió feliz. Intuyó que Dios le iba

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz