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LOS CAPUCHINOS VALENCIANOS Y SU OBRA EN HISPANOAMÉRICA 409 Monroy, se disgustó en extremo, lo que sería el comienzo de una declarada guerra contra los capuchinos, quienes tuvieron siempre en este contencioso el apoyo de las autoridades civiles, incluidos el Consejo de Indias y el mis– mo rey, Felipe V. Éste, en efecto, por cédula del 17 de noviembre de 1717, resolvió que los valencianos atendiesen también a los guajiros, con lo cual se aspiraba, entre otras cosas, a que Maracaibo y Santa Marta, intransitable entonces por la rebeldía de los nativos de un lado y otro. Al año siguiente, por nueva cédula, les autorizaba a que extendieran su labor misional a las otras naciones indígenas de las provincias de Santa Marta yValledupar. El obispo Monroy, como insinué, se opuso a estas ampliaciones y conce– siones misionales, alegando que él sólo había autorizado a los capuchinos a que atendieran a los dos pueblos que antes tuvieron, pero quedando siempre bajo su jurisdicción. Se olvidaba en esta materia de los privilegios del Real Patronato, así como de las prerrogativas de los misioneros apostólicos. La lu– cha fue larga, penosa y hasta escandalosa, pues el ordinario no dudó en ex– comulgar a religiosos y a las autoridades civiles, incluido el mismo goberna– dor. Pese a ello, la labor misional prosiguió, aunque con no pocas dificultades, como es de suponer. Al final saldría triunfante la verdad y la justicia, pues el rey ordenaría al obispo el que se retirara a España a rendirle cuentas. Pasando por alto muchos de los detalles embarazosos y hasta engorro– sos (que, por otro lado, tengo relatados en mi obra Las Misiones Capuchi– nas en el Nuevo Reino de Granada, hoy Colombia, 1648-1820 12 , y pienso ampliar en una próxima edición, refundida y mejorada), sólo diré que el rey expidió en el año 1718 cinco cédulas a favor de los capuchinos valen– cianos, que algunas serían reiteradas en años posteriores, hasta obligar en 1725, como señalé, a que se retirara, primero a su convento de mercedarios en Cartagena y luego a España, lo que no cumpliría. Mientras tanto, como he dicho, la labor capuchina entre los guajiros proseguía, aunque con dificultades no siendo la menor la resistencia que los nativos ponían a todo tipo de transculturización, quizás como pocas tri– bus en toda la América, mayormente por lo habituados que estaban a sus costumbres inveteradas, que los misioneros trataban de cambiar, como era el abuso de la bebida embriagante, como la chicha, la poligamia y el con– sumo de una especie de coca. No obstante, el intento fundacional o aque– llo que se decía: el establecimiento de la "civilidad", que no era otra cosa que implantar la civilización cristiano-occidental, proseguía y, a no dudar, se hubiera logrado mejores resultados de no mediar la oposición incom– prensible del obispo. Hacia 1720 la lucha arreciaba. Era entonces prefecto de la misión el padre Pedro de Muniesa. Éste, con el padre Mariano Olo– cau, fueron los que más aguantaron las iras de su ilustrísima, quien tenía 12. Bogotá, Puente del Común, 1959.

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