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408 VICENTE REYNAL Carlos II, quien había sentido el fallecimiento de los misioneros y ha– bía enviado su condolencia personal al superior de Valencia, accedió a la solicitud que le hacían ahora y dispuso que, en efecto, la misión se trasla– dara a la Provincia de Mérida y La Grita, a fin de atender a "la conversión de los indios del Valle de los Macuaes", en donde, según la solicitud que le hiciera la provincia, había muchos indios, como "macuaes, aratomos, coya– mos, acayutos, canayutos y aracos". Se destinaron nuevos misioneros para estas jurisdicciones, los cuales se embarcaron, pero fueron apresados por los corsarios, quienes los llevaron, junto con el resto de la tripulación, a Argel. Aquí estuvieron unos años. Res– catados, se volvieron a embarcar y cuando llegaron a Riohacha, ya estaba allí fray Mauro, quien se les había adelantado. No obstante, se encontraron con la triste realidad de que los indios cocinas se habían sublevado y habían quemado las fundaciones hechas por los misioneros, predecesores suyos. La labor se centró entonces en la reducción de los aratomos y macoaes, con los cuales se fundaron de nuevo varios poblados, entre ellos, Tutule yTule. Poco duraron, sin embargo, estas fundaciones, debido a la rebelión de 1715 de al– gunos de los indígenas, quienes quemaron los pueblos, incluidos los templos, y huyeron a los montes o sierra de Perijá. El padre Pablo de Orihuela, testi– go de estos hechos, se lamentaba amargamente de tales resultados adversos. 8. De nuevo en Riohacha (Guajira) En 1716 llegaban a Cartagena de Indias once capuchinos valencianos. A su paso por la ciudad de Santa Marta, en dirección a Maracaibo, el obis– po de aquella ciudad, Fray Antonio Monroy y Meneses, pidió al prefecto, padre José de Soria, permitiera el que algunos de ellos se quedaran para atender a las poblaciones de indios guajiros, Menors y La Cruz, que antes les pertenecieran, pues los clérigos que había puesto para atenderlos se ha– bían enfermado y no querían regresar. Accedió el superior y dejó allí a los padres Pedro de Muniesa y Mariano de Olocau, quienes desarrollarían una labor meritísima en medio de incontables obstáculos, procedentes de todos los puntos, incluido el mismo obispo que había pedido que se que– daran, pues luego, por celos y competencias, llegó hasta a prohibir su apos– tolado. El resto de los misioneros, menos otros dos que fallecieron al poco de arribar a América, pasaron a Maracaibo y algunos partieron de inme– diato a las fundaciones de Mérida y La Grita, encontrándose con el triste espectáculo de haber sido convertidas en escombros y ceniza, y a sus anti– guos moradores, dispersos por la selva de nuevo. En vista de ello y de la buena disposición de las autoridades de Sana Marta y Riohacha, para que se establecieran en sus jurisdicciones conforme se lo habían comunicado sus respectivos cabildos, el padre Soria regresó a España a solicitar se ex– tendiera su campo de misión de nuevo a la Guajira. Enterado el obispo

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