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LOS CAPUCHINOS VALENCIANOS Y SU OBRA EN HISPANOAMÉRICA 425 El obispo contestaba agradeciendo la oferta y pedía que estuvieran preparados los seis religiosos, mientras él reunía el dinero suficiente, pi– diendo ayuda, si preciso fuera, al presidente de la República, general José María Campo Serrano. Igualmente le prometía ayudarle en la formación de los futuros misioneros. En la carta que el obispo escribió al presidente Campo Serrano, le de– cía que siempre había tenido como uno de sus más acariciados deseos el "cristianizar las tribus" de la Guajira y Sierra Nevada, y creía que ahora se le había presentado la oportunidad con el ofrecimiento de los capuchinos, pues pensaba que "estos Padres pueden conseguir la civilización de los in– dígenas." Pero le confesaba: "no tengo un centavo de que disponer para la venida de los Padres y precisos gastos para el establecimiento de las Mi– siones." Le pedía, pues, una ayuda "del Erario nacional." El Presidente presentó la carta a las cámaras legislativas, las que apro– baron una ayuda de mil ochocientos pesos oro. Al obispo le pareció poco, por lo que instó a los representantes a que aumentasen la partida, con el fin de ''civilizar a los desgraciados habitantes de esos lugares, que yacen su– mergidos en la ignorancia y la barbarie." Mientras tanto, el padre Llevaneras envió circulares por los conventos solicitando voluntarios para ir a Colombia a evangelizar, porque, decía, "los indios, como los demás americanos, son gente de buen corazón." De entre los muchos que se ofrecieron, se escogieron a los padres José de Valdeviejas, co– mo custodio, Esteban de Uterga, José de Castroverde, y Miguel de Audica– na, y al hermano Buenaventura de Villapún. Se embarcaron el 27 de no– viembre de 1887 en Santander y llegaron primero a Santa Marta y luego a Riohacha, el 17 de enero de 1888. Unos días antes, el 10, el obispo de Santa Marta había expedido un decreto por el que ordenaba se estableciese "en la ciudad de Riohacha una misión compuesta de los expresados Capuchinos, para atender a la civilización de los indígenas de la Guajira y Sierra Nevada," y nombraba superior de la misma al padre Valdeviejas. La jurisdicción que les señalaba era: "la península Guajira; y en la Nevada, San Antonio, Santa Rosa, San Miguel, Marocaso, Rosario,Atánquez y San Sebastián." Por cier– to, aunque no lo dice, eran éstas regiones y pueblos que habían estado antes al cuidado de los capuchinos valencianos. Esta misión desde el 19 de marzo de 1890, pasaría a ser custodia, muy extensa e imprecisa, pues comprendía el norte de Colombia, desde el Golfo de Urabá y 8 grados, y los territorios de Venezuela, la Guayana inglesa y Santo Domingo. Ahora se veía reforzada con cuatro misioneros más, tres de ellos de Valencia: padres Eugenio de Car– cagente y Domingo de Alboraya y los hermanos Benito de Santibáñez e Isi– dro de Cartagena. Su labor fundamental fue evangélica: tratar de captar la atención de los indios para que se reunieran en pueblos, esforzarse por man– tenerlos en los mismos, enseñarles los elementos de la doctrina y la lengua española, administrarles los sacramentos, etc. Idéntica a la labor de épocas

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