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DESCRIPCIÓN ROBOT DEL CAPUCHINO EVANGELIZADOR 241 l. NUESTRO CONTEXTO CUITURAL, SEÑALES PROMETEDORAS Cuando intentamos abordar, desde sus señales prometedoras, el contex– to cultural actual, es decir la situación socio-económico-político-religiosa en que vivimos, lo hacemos en perspectivas de fidelidad y de respeto al patri– monio espiritual o carisma del capuchino, transmitido desde un pasado. Tratamos de adentrarnos en la sensibilidad de la Iglesia que se sitúa y tie– ne los ojos abiertos ante lo que podríamos llamar modernidad y ese último avatar de la misma que denominamos postmodernidad y transmodernidad. No se nos oculta que el contexto socio-económico-político-religioso crea serios problemas a la encarnación de la vida religiosa en el momento actual y a la búsqueda de una adecuada presencia en el campo evangeliza– dor. Estemos convencidos, por razones históricas y teológicas, pero sobre todo en fuerza de la fe que ilumina y sostiene nuestra dedicación y pre– sencia en la vida capuchina, que este contexto no es ni un verdadero pro– blema, y menos aún una amenaza, sino un reto o desafío por el que el Se– ñor nos está urgiendo a la conversión de corazón y a la reconversión o transformación de nuestras estructuras. La conversión no puede ser la consecuencia de una reacción ante el pe– ligro de indiferentismo, secularismo o ateísmo, sino que debe ser el fruto de una valoración esperanzadora de la secularidad, autonomía y otros va– lores de nuestro momento, entre los que cabría señalar la mayor capacidad organizativa y asociativa de nuestros contemporáneos, dispuestos a servir mejor a la persona humana o individuo, a partir de un más respetuoso cli– ma de convivencia. El capuchino, agente de la nueva evangelización, en cuanto hombre de nuestro tiempo, deberá estar dotado y enriquecido de este nuevo sustrato antropológico de utopía social. El hombre actual es democrático, a saber, reconoce incondicionalmen– te al otro en su inviolable dignidad y en su derecho a intervenir también en la vida pública. Es solidario, es decir, admite la igualdad fundamental de los otros como asunto propio y está dispuesto a compartir situaciones po– líticas, económicas, religiosas ... Libre, en cuanto sabe que no es esclavo de personas y menos aún de ideas y cosas. Cultiva una gran libertad de deci– sión y es crítico frente a la sociedad en la que vive, por razón de la sociedad en la que espera, y frente al colectivo religioso "político" por el que se es– fuerza para que sea "diverso". Respeta los valores religiosos de los demás creyentes y la situación de los no creyentes, agnósticos y ateos. Es hombre participativo, es decir, capaz de cargar sobre sus hombros la práctica democrática. Crece por este camino el número de los ciudadanos dignos de este nombre y, tratándose de una organización eclesiástica, el de los fieles interesados y comprometidos con la Iglesia. Y nace ese hombre austero, a saber, capaz también de diferenciar necesidades y deseos. El

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