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DESCRIPCIÓN ROBOT DEL CAPUCHINO EVANGELIZADOR 249 El capuchino evangelizador seguro del futuro será optimista, nunca crí– tico del pasado 13 ; realista ante el presente con sus aspectos o valores posi– tivos y negativos; se mostrará como creyente que tiene su fe puesta en Dios, buen acompañador del hombre así como en el pasado, en el presen– te y en el futuro. Se podría concluir, describiéndolo como el hombre perte– neciente a esta postmodernidad que sabe valorar los nuevos pasos positi– vos, tras la superación de la modernidad y sin desencantos. El futuro está ya al alcance del nuevo evangelizador, y sin "profetis– mos", dotado de una gran fe y confianza en la Providencia de Dios para nuestro tiempo, la cual se pone de manifiesto en la vida y realidad de una Iglesia con veinte siglos de existencia. Hay que lanzarse a la evangelización de la nueva sociedad para su in– culturización en el Evangelio. Escribe Doma H. Hanson: "Nosotros tene– mos que ampliar nuestras preocupaciones eclesiásticas, y pasar de los te– mas A, B y C -aborto, control de natalidad y celibato- a los temas D, E y F -deuda, ecología y medio ambiente y familia- que está exigiendo un com– promiso mayor" 14 • El capuchino del pasado no fue ni fanático ni impositivo, sino un hom– bre abierto en su tarea de evangelizador, no obstante su predicación "tre– mendista". De allí su aceptación popular frente al clero secular y otros ins– titutos religiosos. En el futuro deberá destacar por su empeño de santificar el mundo, de acuerdo con los signos del cielo, hoy, que no son los de la eva– sión, sino los del enfrentamiento con las realidades de aquí abajo para que éstas se orienten al servicio de Dios y los hombres. 13. "Y mientras no podemos ignorar que la mayoría de los cristianos vive según la des– cripción de Emmanuel Mounier: La mayoría vive como una "cristiandad difunta", que por ende ha de cambiar radicalmente de comportamiento. qne ha de convertirse, y que para ello debe al menos propiciar tres cambios desde su interior con toda urgencia. Lo primero, lo más elemental a la vez, es volver al estilo de vida de los Hechos de los Apóstoles: Ponerlo todo en común. Poco a poco. Sin prisa ni pausa. Como sea. Superando las razones dialógicas. Urgidos por el rostro del niño desvalido. Lo segundo es abandonar la pereza cultural de los triunfadores, de aquellos que en el pa– sado fueron tan hipercríticos como hoy se han vuelto acríticos. La cultura ilustrada se halla igualmente difunta. Quiso suplir a la fe, pero la degeneró sin renovarla. Esto no quiere decir que cerremos con un carpetazo el diálogo respecto del pasado ilustrado, pero sí que abando– nemos el miedo a su crítica, haciendo simultáneamente un serio esfuerzo por saludar a la ver– dad venga de donde viniere, la diga quien la diga, sin etiquetas ni adjetivos. Lo tercero es acostumbrarse a que lo que uno hace y dice no sea aclamado, no tenga re– levancia, pase desapercibido, lo cual no quiere decir qne no sea auténtico, que no sea nutriti– vo, o que carezca de importancia. Volverse modesto y transparente como la salutífera herma– na agua ha de entrar en nuestros cálculos. Tal vez los creyentes continúen siendo minoría, pero una minoría que da vida es más grande. DIAS, C., El cristianismo como fenómeno ilus– trante y liberador, en Razón y fe, julio-diciembre, 1991, pp. 130-131. 14. HANSON, D.H., La iglesia en el aFw 2010: pasar el testigo a una nueva generación, en CONFER 30 (1991) p.100.

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