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SENTIDO TEOLOGICO DEL TRABAJO 53 basado los límites católicos. cLa cultura, producto de nuestra activi– dad, escribe A. Carrel, se encuentra en una postura difícil, porque no está hecha a nuestra medida. Se ha construído sin ningún cono– cimiento de nuestra naturaleza verdadera. Nació de la fantasía, de los descubrimientos científicos, de los apetitos del hombre, de sus ilusiones, teorías y deseos. Aunque ha sido construída con nuestro esfuerzo, no se ajusta a nuestro tamaño, ni a nuestra forma» (9). Nuestro trabajo de cooperación perfectiva ha de ser permanente, con un resultado que se avenga a nuestra naturaleza, pues toda su fuerza descansa en la idea exacta de nuestro ser, reflejo de Dios tipo de toda perfección. Hemos visto el momento inicial que califica nuestro trabajo. Ahora intentaremos justificar su fundamento. B) Fundamento. En nuestros días se sublima con frecuencia al «horno faber» so– bre el ,.horno sapíens». Dentro de la concepción marxista se excluye el espíritu como realidad superior, lo cual ha dado lugar a una inver– sión completa en los antiguos valores. Para Aristóteles, un perfecto ordenamiento social no admitirá nunca al trabajador en el número de sus ciudadanos. En su misma constitución física lleva al trabajador el estigma de su destino. Ya el Estagirita aludía a las anchas espaldas del esclavo que exigían su tarea. Aunque por distintos caminos llegan a la misma conclusión cualquier sistema del doble principio, y el mito indio que propone la diversidad de origen. La reacción ha sido violenta. El antiguo esclavo quiere asumir €1 papel de señor. Su inocencia en el gran pecado histórico de la ex– plotación le hace el más indicado para realizar la bella utopía me– siánica. El paraíso terrestre será obra de sus manos. Resumiendo. La ley fundamental de la nueva sociedad, antítesis de la aristotélica, podría enunciarse en estos términos: «un perfecto ordenamiento social nunca admitirá entre sus ciudadanos sino al trabajador proletario». 9.-CARREL, A., «La incó~nita del hombre», Barcelona, 1946, p. 22.

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