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50 REFLEJOS.-FR. BASILIO DE PINILLA En la antigüedad fué el desprecio del trabajo un princ1p10 de esclavitud; en los tiempos modernos vendrá a serlo su valoración excesiva. Lo recuerda el P. Chenú, «después de tantas negligencias, hemos llegado a una exaltación del trabajo que sobrepasa la justa medida hasta el punto que esta civilización del trabajo tan llena de promesas, ofrece el riesgo de volver a la decadencia de la humanidad por culpa de una grave preterición de la naturaleza y del exacto pa– pel del trabajo en la vida y en la sociedad» (1). Nosotros, al situarle en un plano superior, nos referimos al tra– bajo en su doble aspecto de perfeccionamiento individual e influjo en el mundo, insistiendo en esto último por ser aquí donde se fija el peligro de la concepción a que antes aludíamos. El objeto, pues, de nuestro estudio es preferentemente esa actividad que el hombre, como ser racional, desarrolla en el mundo y que reviste hoy· un mar– cado carácter de subsistencia. Así encuadrado el tema, nuestro in– tento se dirige a descubrir en el trabajo un valor primario anterior a todo carácter de necesidad vital. Adelantamos la solución: nuestro trabajo tiene primordialmente un sentido de colaboración. Somos los colaboradores en la obra de Dios a partir del día sexto. En la analogía con el mundo sobrenatural creemos encontrar una confirmación de esta concepción del trabajo. En el orden de realidades divinas, la obra del Verbo Encarnado permanece inaca– bada. San Pablo es buen testigo de ello; por eso cumpl~ en su cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo (2), y habla contínuamente del Cuerpo Místico como de algo que se está haciendo y que tiende ha– cia una perfección definitiva (3). Escribiendo a los corintios, concre– ta su misión de apóstol: «somos cooperadores ~e Dios; vosotros sois la arada de Dios, su edificación> (4). Idéntica incompletez podemos advertir en el mundo del espacio y del tiempo. Este, como el mundo sobrenatural, camina hacia su 1.-CHHNú, D., «Espiritualidad del trabajo», Barcelona, 1945, p. 25. 2.- Col., 1, 24. 3.-Eph., 4, 12-27; l. Cor., 12. 4.-1. Cor., 3, 9.

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