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162 DONATO DE MQNLERAS de paso, que no es exclusivo del cuarto evangelista este concepto pe– yorativo y restring,ido del mundo aún den1tro de la literatura apostólica 4 • Con más o menos relieve, la concepción del mundo -que está todo ba– j•1 el maligno, enraizado en las tres clásicas concupiscencias-- palpita dentro del i-,1stema de moralidad del cristiani;smo neotestamentario. Prescinriiendo de lo justificable que sean o no tales principios, so– bre todo la universalidad del testimonio yoaneo y la encarnación hi'Stó– nca en que pueden desembocar esas concepciones las hacen a prime– ra vista problemáticas. Porque es un hecho que sobre estas bases, fun– damentalmente cristianas y negativas, han elevado su vida hombres de egregia virtud en la Iglesia. San Jerónimo, explicando con este mo– tivo el por qué los 'santos desprecien las cosas y huyan del mundo, por qué se hagan eremitas, lo afirma expresamente: "Hoc non est pugna– re sed fugere" 5 • Y ailaba, por su parte, esta prudente conducta ere– mítica. He aquí un sentido cristiano peyoratirvo del mundo, capaz por si mismo de orientar definitivamente, en cierta dirección esquiva, nna existencia. Sólo un ejemplo clásico: San Francisco de Asís, Hpica "en– carnación humana del Evangelio" 8 • ¿Qué actitud adoptó, por ejemplo, ante valores tan humanos como la ciencia 7 y las riquezas? Del todo negativa. Qmzá fuera justificable como orientación puramente persu– nal, pero no como solución evangélica positiva que pueda aceptar una corporación como la Iglesia, compuesta de fieles, hombres como los dcmá:S, destinados a vivir en el mundo y de sus problemas. Cristo de– jó a los. suyos, a sabiendas de todo esto, expresamente en el mundo, y sólo pidió ál Padre que los preservara del mal 8 • ¿Dónde, pues, en– contraremos las razones de esta clásica heterodoxia o ·'maldad" dei mundo y sus valores que llena una gran parte de la ascética cristiana? Peró aún hay más. Prescindiendo de las afirmaciones y conductas parciales antedicha!s, tenemos abiertas actitudes de Cristo mismo. "Je– sús se levanta sobre todas las deformaciones de l.a vida cultural humana, sobnt todas las defiguradones y contrastes éticos, &ocialesi y naciona- 4. Cfr. IAC 1, 27; Rom 8, 6-7, etc. 5. PL 23, 400. 6, El mismo San Francisco denominaba a su estado y Regla •médula del Evangelio,. Cfr. Espejó de Perfección, c, 5, n. 76; c. 2, n. 3.,. 7. Ct GRATIBN DB PARIS, O, F. M, Cap., His~orla·de la fundación ¡j evolución de la Orden de Frailes Menores en el si~lo XIII, trad. de Victoriano de Larráinzar, O. F. M, Cap; (Buenos Airea, 19'7)-93 y 1s. 8. le 17, IS.

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