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122 M IGUEL A NXO P ENA G ONZÁLEZ Studia Philologica Valentina Vol. 23, n.s. 20 (2021) 103-125 igualdad del género humano es un principio objetivo que afecta a toda la sociedad y a los derechos inalienables del hombre, de tal manera que tiene carácter universal, por lo que no se puede justificar afirmando que los negros han nacido para servir. Entiende que la única razón se encuentra en el color de la piel, sin que sea necesario recurrir a ningún otro elemento. El tema, desgraciadamente, sigue resultando de una profunda novedad también hoy. De esta manera, cierra cualquier posibilidad de recurso al probabilismo moral, elemento que era también utilizado en la predicación y, todavía más en el confesonario (Pich, 2020: 48-49). Tendrá, al mismo tiempo, la suficiente valentía para considerar a los obispos como judíos, por ser cómplices de llevar a sus semejantes a una muerte en vida. Reclama la necesidad de afrontar el compromiso personal respecto a este asunto de conciencia. De esta manera, los principios y valores fundamentales que sostenían una sociedad cristiana, son ahora utilizados como recurso retórico, que ayudaba a hacer plausible la distinción entre aquello que miraba al bien común y lo que se alejaba manifiestamente del mismo. Después de haber desarrollado su exposición recurre implorando clemencia y misericordia del Rey, que espera se concrete en la liberación y salvación de los esclavos africanos y, como consecuencia, también en la salvación de los españoles. Entiende que si el rey afronta con seriedad el problema no se podrán dar tales injusticias. Expresa abiertamente que su intención es servir a la Iglesia. Quizás por ello recurre a presentar, con toda su crudeza, un ejemplo que le ha impactado especialmente, puesto que además de esclavizar a los bozales, se les impide participar de la gracia que les confiere la fe católica. Concluye con un lenguaje retórico en el que se dirige a Dios, con la intención de que pueda poner remedio a tanta impunidad manifiesta, convencido de que Dios castiga “las maldades hasta la tercera y cuarta generación” (Jaca, 2002: 70), por lo que el soberano debería también ser consecuente con su fe. Como señalaba Moreno Orama (2016: 94), “si el oficialismo procura la salvación del alma del esclavo mientras que somete su cuerpo al peso de la ley, Jaca revierte dicho paradigma y construye otra corporalidad para ser examinada y juzgada”. Posteriormente, desde Sevilla, Jaca escribe también a la Suprema, buscando que condenase a aquellos católicos que compraban esclavos, ya fueran negros o indios, aunque hubieran sido hechos prisioneros por otros. Se preguntará, de manera retórica, si dichos contratos no son perniciosos y contrarios a la buena fe. Por tanto, hasta el final de sus días permanece firme en esa búsqueda de justicia para los más oprimidos de aquella sociedad. Al mismo tiempo estaba apuntando a la justificación por parte de Roma, que reconocía la esclavitud, cuando el fin era la conversión de los esclavos (Maxwell, 1975; Angenent, 1996: 53-90; Moreno Orama 2015: 90). Ningún medio podía quedar al margen de aquella defensa y, por lo mismo, la autoridad de la Iglesia, el Papa y sus directos colaboradores tenían también que colaborar al cambio efectivo de aquel manifiesto delito y mortal pecado. En este sentido como señala Arroyo Troncoso, “las legislaciones de la Iglesia en ningún momento condenan la esclavitud, sino que buscan la forma de integrar al esclavo a la sociedad colonial y a la Iglesia, pero manteniendo su estatus de esclavo” (Arroyo Troncoso, 2020: 113).

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