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CELEBRACIÓN DE LA INMACULADA 317 Similar tipo de argumentación se elabora desde otro punto de vista comple– mentario: la designación de María como la «Virgen-perfecra»-Santísima. Este título enlazaba con la idea paulina de la virgen cristiana «santa en cuerpo y espíritu», entregada sin reservas al Señor (1 Cor 7, 32-34). Esta convicción sobre la virgen cristiana consagrada totalmente al Señor, en cuerpo y espíritu, en todo su ser y obrar, hubo de cumplirse en María de la forma más perfecta, ya gue ella es la Virxen por excelencia, la Virxen-Santísima. La santidad virginal de María era normal pensarla perfecta cuando el ángel la llamó «llena-de– gracia» y comenzó a ser Madre del Señor y llena del Espíritu Santo. Pero un impulso religioso cristiano dilató el tiempo de esta plenitud de santidad y la vio ya realizada en los primeros momentos de la existencia de María; y también en todos los momentos de su vida consciente y personal. También en la dirección del espacio, en dirección de profundidad, se extendía la santidad hasta hacer de ella la Virgen Santísima (la Panaguía), con una santidad superior a la de toda criatura, la máxima posible, sólo inferior a la de Cristo y a la de Dios. El dogma de la Inmaculada, como celebración de la plenitud de gracia de María desde el primer instante de su ser, no es más gue una conclusión lóxúa– teológica (más con lógica cordial gue mental) de esta otra verdad mariana adquirida con anterioridad: María es la Virgen Santísima. Nada justifica poner limitaciones en tiempo y espacio. Más bien se tiene la convicción de gue no hay gue poner sólo los indispensables, cuando esta verdad mariana se haya de proponer en la analogía de la fe en Cristo y en Dios. Toda adquisición de la verdad por parte de la inteligencia humana, limi– tada y en continua evolución, es inevitablemente dialéctica, es decir, debe contar siempre con la negatividad, con la luz que viene desde otras verdades que parecen contrarias. La historia del dogma de la Inmaculada es un ejemplo paradigmático, demostrativo, de la importancia de la negatividad en el conoci– miento de la verdad positiva, de la importancia del estudio dialéctico de los problemas, de resolver las preguntas según la ley del sic et non. Pero incluso desde la postura dialéctica, desde el campo de la negatividad y oscuridad en que lucharon los paladines de la Inmaculada, gueda muy clara esta idea gue proponemos en nuestro estudio: gue el dogma de la Inmaculada es, ante todo, y siempre primordialmente, la fe en la plena santidad inicial de la Madre del Señor. • Ciertamente que las discusiones seculares sobre la inmunidad o no inmuni– dad del pecado original hicieron prevalecer en la historia de este dogma los elementos polémicos, defensivos. Cuantitativamente, la contemplación del misterio desde su negatividad, absorbió a los ingenios más gue la dimensión positiva. Da la impresión de que aquí se trataba -absorbentemente y casi con exclusividad- del dogma de la inmunidad, de la no-contracción por María del pecado original. Los caballeros paladines de la Inmaculada, al defender a la Virgen de las mordeduras y aún del aliento del dragón, se fijaron más en el dragón que en la Doncella. Se demoraban en describir la fiereza del dragón (el

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