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316 ALEJANDRO VILLALMONTE ya de la anunciación, desde su mismo nacimiento. Por eso se celebró temprana– mente la fiesta de su santa Natividad. La santificación de María en el seno materno era un presupuesto aceptado desde el momento en que se celebra la Natividad. Un estímulo para profundi– zar en esta convicción lo recibió la piedad mariana y la reflexión teológica que la sostenía pensando en un hecho que entonces se tenía por seguro: la santificación privilegiada y excepcional de Jeremías y, sobre todo, de Juan Bautista en el seno materno. La Iglesia celebra como santa la Natividad del Bautista, apoyándose en las palabras de Lucas que habla de la santificación del precursor en el vientre de su madre (Le 1, 15-41 ). A tenor de la exégesis teolóiit-a vigente entre los teólogos medievales, el hecho de la santificación del Bautista en el seno materno debería llevar consigo: a) la purificación del pecado original en que el niño había sido concebido, tanto de su realidad formal como de algunas, al menos de sus consecuencias; b) la infusión de la gracia y dones concebidos como «habirus», que elevaban al niño al plano de una nueva criatura. Por los méritos de Cristo a quien él sintió presente. La argumentación que sobre este texto se elevaba pareció concluyente tanto en Oriente como en Occidente: si Juan el Bautista, en atención a los méritos del Redentor y por razón de la peculiar misión que se le confería como precursor del Mesías, fue santificado en el seno de su madre, con mayor motivo hay que atribuir esta temprana santificación a la Madre del Señor, tan especial– mente unida a la persona y a la misión de Cristo. María fue, pues, santificada en el vientre de su madre; y por cierto con una intensidad y riqueza de efectos muy superior a la que pudiera pensarse en el Precursor. Las palabras de Le 1, 15.41 sobre la acción del Espíritu en el niño Juan, referidas a demostrar su anticipada santificación en el vientre de la madre, hoy día más que un texto demostrativo nos parecerían un pretexto para dar cauce a una creencia secreta y fuerte en la santidad omnímoda de María. Las fuerzas espirituales realmente operantes en este proceso argumentativo son las que la moderna Mariología, a nivel noético y categorial, llama principios de la Mariolo– [;Ía: el principio de la íntima y peculiarísima unión y asimilación de María a la misión salvadora de Cristo, en virtud de la eleccción en un mismo designio divino: el principio de la transcendencia y sobreeminencia de María respecto a los otros hijos de Dios, en virtud del cual los «dones y carismas» todos que Dios concede a los otros santos se conceden a María en forma más perfecta y profunda. También este de la santificación anticipada. 4 Esta argumentación encuentra expresión en unas palabras de Anselmo, reiteradamente citadas por los primeros inmaculistas: «decuit ut ea puritate Virgo niteret, qua maior sub Deo nequit intelligi». DF. concept. Virg., c. 18 (PL 158,451). Y añade Duns Escoro: «potest autem intelligi "pura innocentia" qualis fuir in Christo, ergo». Texto en C. BALIG, loannes Duns Scotus doctor lnmaculatae Conceptionis. I Textus Autoris., Romae 1954-5. Otras redacciones en págs. 26, 36, 49, 76 85.

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