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CELEBRACIÓN DE LA INMACULADA 315 radicalidad de todo el ser humano de María. La santidad suma, la plenitud en ella de los «dones y carismas» es lo que, ante todo y constantemente, debe ver la teología en el dogma de la Inmaculada. Esta perspectiva o enfoque caritológico, positivo, del misterio está corrobo– rada, si atenemos al proceso genético, al origen que llamaríamos psicológico– vivencial de esta verdad y a su progresivo afianzamiento en la conciencia religiosa de la Comunidad creyente. Nos fijamos, en primer término, en el proceso interno mediante el cual se fue adquiriendo progresiva conciencia colectiva de la existencia de este misterio en María. El punto de partida para la celebración y ulterior reflexión teológica sobre el misterio de María en cualquiera de sus varias manifestaciones más concretas: maternidad virginal, natividad, anunciación, asunción en cuerpo y alma a los cielos y nominalmente para este misterio de la concepción inmaculada, fue siem– pre el acontecimiento histórico-salvífico del mensaje del ángel, trasmitido por Le l. Mirando el acontecimiento desde su dimensión divina, el punto culmi– nante lo expresan estas palabras del ángel: «alégrate, la llena-de-gracia, la favorecida (kejaritomene), el Señor está contigo», interpretadas como notifica– ción a María y al mundo de la elección especialísima y del perfecto amor de que María ha sido objeto por parte de Dios. Desde la perspectiva humana, desde la realización en María del Misterio del Padre, el punto culminante aparece en las palabras con que María se siente especialmente favorecida por el amor de Dios y a impulso del mismo dice: «yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según lo has dicho». La vivencia religiosa de los creyentes y la correlativa reflexión teológica fueron extendiendo progresivamente en el espacio y en el tiempo, en amplitud y densidad, la realidad de la plenitud de gracia de María. Ya no era sólo el momento puntual en que la encontró el ángel y en que María recibió en su seno al Hijo de Dios: toda la existencia terrenal de María fue vista ya como llena de gracia, en la dirección del tiempo y del espacio. Aparece la creencia en María como «la Virgen-Santísima», consagrada a Dios en cuerpo y espíritu, en forma perpetua y radical. La Santidad, en su concepto integral, implica una dimensión óntica, en virtud de la cual la creacura es ungida y consagrada por la presencia de la divinidad; y una dimensión moral, en virtud de la cual la actividad y comportamiento del consagrado y ungido discurre según la volun– tad de Dios. De aquí que la omnímoda santidad de María estuviese unida a la idea de su impecancia. de su perfección moral: María no cometió ningún pecado personal. Naturalmente, una Virgen Santísima, consagrada por la presencia de la Trinidad, no podía gustar la corrupción del sepulcro: fue glorificada al final de su peregrinación terrenal. Extendiendo la santidad en la dirección del tiempo, pronto llegó también al convencimiento de que María era santa antes

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