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340 ALEJANDRO VILLALMONTE arquetipo de la Iglesia creada por Dios radiante, sin mancha, santa e inmacu– lada (Ef 5,27). En la Purísima toma cuerpo el bello ideal del hombre redimido por Cristo. Porque en ella la acción redentora se cumple como donación gra– ciosa de la perfecta inocencia y como plena preservación del pecado, como pleno preservación del pecado, como pleno predominio de la Gracia sobre el ser y obrar entero de María. Durante siglos la «creencia» en el pecado original funcionó como un oscuro telón que impedía a muchos cristianos ver con claridad el misterio de la perfectísima santidad originaria de María. Digo «creencia» y no «raalidad» porgue, gracias a Dios, la humanidad nunca fue ante los ojos de su Hacedor aquella masa de perdición («masa damnata») que tantos predicaban. La bula «lneffabilis» quitó definitivamente el telón oscuro del pecado original de de– lante de la imagen de la Inmaculada. Sin embargo, por extraño que hoy nos resulte, la creencia en la ley general del pecado original sigue sombreando la imagen de la Purísima en la presentación que de ella hacen algunos teólogos. Esto se debe a que tal creencia pervive sustentada por ciertos presupuestos y concomitantes teológico-sistemáticos que una oportuna crítica deberá revelar como inconsistentes. Una tarea en la que los teólogos interesados en la Mario– logía también deben participar. 2 -1 24 Hemos tenido oportunidad de criticar estos presupuestos, en sus dimensiones cristológica, caritológica y antropológica, en los trabajos citados en nota l. A ellos añadiríamos: Universalidad de la redención de Cristo y pecado original, en «Estudios Franciscanos» 75(1974)4-45. El Nuevo Testamento ;conoce el pecado original?, en «Estudios Franciscanos» 81(1980)263-353. Qué «enseña» Trento sobre el pecado original?, en «Naturaleza y Gracia» 16(1976)167-248. El pecado original: perspectivas teológicas, en «Naturaleza y Gracia» 30( 1982)237-256.

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