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338 ALEJANDRO VILLALMONTE concepción de María tiene gran interés el recordar: la teología actual no afirma ni puede afirmar la santidad inicial de los demás hombres sino como una opinión teológica, resultado de razonamientos teológicos, que no tiene una evidencia primera. En cambio, la santidad inicial de María y, precisamente, como perfecta, la celebramos como un acontecimiento del todo cierto, garanti– zado por la Palabra de Dios. También aquí, en el orden y a nivel gnoseológico, la diferencia con relación a María es cualitativa. Duns Escoto descubrió la perfecta inocencia de María y la revelación perfec– tísima en ella de la fuerza salvadora de Cristo razonando desde el presupuesto creyente de la generosidad y liberalidad divina en sus donaciones a las criaturas. La generosidad de la acción de Cristo y del Padre no brilla más porque se dé a pocos, sino por la liberalidad y abundosidad de seres agraciados. El principio de la parsimonia no tiene aquí aplicación. Por otra parte, no es aconsejable el presentar la figura sobrenatural de María en un «espléndido aislamiento», rodeada de singularidades y privilegios incomunicables. Según fórmula muy conocida en la tradición, aquellos mismos dones y carismas que a los otros seres humanos se les da en forma medida y distribuida, se le conceden a María en forma transcendente, anagógica. Están en ella « in forma altioris ordinis », si se nos permite usar un tecnicismo escolástico. En el caso, los hombres llegan a la existencia como seres preredimidos por Cristo. María como redimida en forma sublimada, perfectísima, eminentísima. Esta es su singularidad. Por ser la perfectísima redimida, María está sobrenaturalmente dotada para ser Madre de Dios y de la Iglesia. ,:Qué otro ser humano recibe la gracia a ese nivel y para estos efectos similares? María, como perfectísima redimida, está libre del jomes del pecado y de todo pecado personal. ;Qué otro redimido logra la inmunidad del pecado a ese nivel y riqueza de efectos? La «singularidad» y forma privile– giada de la gracia inicial me parecen claras en María, incluso aunque se diga que todo ser humano llega a la existencia en estado de amistad con Dios. Pero todos están muy lejos de la plenitud proto/ógica con que María es agraciada por el Señor. Llegados a esta altura de nuestra exposición, juzgamos conveniente sinteti– zar las anteriores reflexiones y ofrecerlas así a la consideración crítica de nues– tros lectores: l. Lo que ante todo es objeto de nuestra alabanza, acción de gracias y bendición, en la fiesta de María Inmaculada es el Misterio/Decisión amorosa del Padre de elegir a María como suprema glorificadora y amante de la Trini– dad, al lado de Cristo, en intimidad con él, en un mismo decreto. Esta dirección teocéntrica, latréutica, eucarística de la fiesta no debe perderse de nuestra memoria. 2. María, en el misterio de su inmacuada concepción, se nos ofrece como el fruto perfecto de la acción mediadora de Cristo: la perfectísima-eminentísima
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