BCCCAP00000000000000000001461

CELEBRACIÓN DE LA INMACULADA 329 contexto cultural, religioso-teológico de aquellos siglos. Suponía una nueva hamartiología, y hasta una nueva visión de la economía de salvación toda entera. Y, lo que era peor, para los teólogos de entonces no se ofrecía otra forma de eliminar el pecado original si no era el caer en el pelagianismo. Juliano de Eclana, presente en el siglo XIII, habría dado esa solución expeditiva a la discusión inmaculista: María no tiene pecado original, porque no lo tiene nadie. Afirmación que, en el contexto teológico del siglo XIII (y hasta fecha reciente) podría tacharse de perfectamente herética. En la actualidad, el contexto teológico de semejante afirmación ha cam– biado. Muchos teólogos tienen por prefectamente legítima la afirmación de que el hombre no nace en pecado original, no existe semejante figura teológica, si se la concibe -siguiendo la tradición- como una situación real de pecado, de muerte espiritual, de desgracia ante Dios, de esclavitud bajo el poder del diablo. Por consiguiente, el teólogo de hoy que reflexione sobre el misterio de la inmaculada desde la situación mental propia de ahora y desde las exigencias internas del propio dogma mariano, no tiene necesidad de acudir a la categoría «pecado original» para afirmar en María la perfectísima exención del todo pecado y la plena posesión de la gracia. Será sólo un recuerdo para la historia de este dogma. Si bien, como hemos señalado, la dimensión histórica vivida nunca es algo baladí para la teología del hombre viador, y su recuerdo es inútil. B) Para la exégesis de la bula «lne//abilis», también nos son indispensables las anteriores reflexiones. En la bula culmina el aludido proceso de desarrollo histórico del dogma mariano. Este ahora mismo es indispensable tenerlo en cuenta si queremos entender el alcance de la bula, en general y, nominalmente, sus palabras definitorias. Pero aquello que resultaba ser históricamente impres– cindible para la conquista de esta verdad mariana, realizada la conquista, se torna en elemento de todo accidental, coyuntural, ocasional, marginal a la hora de comprender el contenido interno y siempre perenne de esta misterio: la condición de María como Santísima, fruto perfecto del perfecrísimo Mediador. En la bula lnef/abilis se advierte con facilidad esta pluralidad de afirmacio– nes básicas, jerarquizadas según su valiosidad interna, convergiendo en torno al misterio de la Inmaculada. Antes de nada, este misterio se encuadra en el Misterio del amor caritativo del padre, que amó a María con amor de predilec– ción y la eligió para ocupar un puesto de privilegio dentro del Misterio de Cristo, en el mismo decreto-decisión misteriosa. Este amor fecundo y creador del Padre se historifica y como encarna en la persona de María haciéndola una criatura perfectamente santa, llena de todos los carismas celestiales, «muy por encima de todos los ángeles y santos», «absolutamente libre de toda mancha de pecado», «toda hermosa y perfecta», con «plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginarse fuera de Dios». Es obvio que ya en María no tiene sentido hablar de cualquier tipo de pecado ni de la misma inclinación maligna al pecado. Es idea

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz