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324 ALEJANDRO VILLALMONTE y más nuclear y sustantiva es la de plenitud inicial de la gracia en María. Viene, luego, inseparable de ella y coafirmada constantemente, la afirmación de la exención de todo pecado, la impecancia plena de la Madre del Señor; para terminar afirmando la exención de este pecado concreto, el Pecado «original» mencionado nominalmente por razones históricas bien conocidas. Estas tres afirmaciones están así jerarquizadas en la bula lneffabilis. Este mismo orden y jerarquización deberá ser el normal en un estudio teológico sobre la Inmacu– lada: estudiar este misterio bajo el epígrafe más universal de «la plenitud de gracia en María» que, por ser tal, abarca las dimensiones todas del tiempo y del espacio (dimensión de densidad). Y en la misma proporción en que se afirma la positividad de la gracia, de la vida divina, del nuevo ser, se excluye la presencia de las fuerzas del mal. La afirmación más valiosa e importante para María, para Cristo y para la Iglesia es la de la plenitud inicial de la gracia. Le sigue, inseparable y complementaria, la de exención de todo pecado. La exclu– sión del pecado «original» según veremos, es una afirmación coyuntural, acci– dental, ocasionada por una circunstancia histórico-cultural-teológica que hoy ya no existe como tal. Hay teólogos que presentan como dimensión primordial del misterio de la Inmaculada esta vertiente de negatividad, hamaniológica, la que afirma, en primer término, la exclusión del pecado y del pecado original. Esta lectura hamartiológica del misterio proviene, en forma inmediata, de una lectura literalmente superficial de la bula «Ineffabilis». Más al fondo sufre el influjo desfavorable de preconcepciones teológicas, de posturas mentales previamente tomadas -en forma temática o en forma prereflexiva- sobre el sentido radical de la economía de la gracia en general, sobre la soteriología, sobre la caritolo– gía. Más adelante volveremos sobre este tema. Por el momento recordemos que el complejo acontecimiento de la «santificación» del ser humano debe ser contemplado desde diversas vertientes coexistentes y cooperantes unas con otras. En dirección vertical-descendente en su dimensión más estrictamente teológica, la santificación se realiza por la presencia e influencia de la Trinidad, del Espíritu Santo -Gracia increada- en el alma. Hay también una dimen– sión antropológica, la que viene dada por el sujeto en que se verifica la acción de la Gracia, el hombre. Dimensión que, a su vez, se desglosa en la vertiente caritológica, positiva, deificante: la que confiere un nuevo ser, nueva vida; la dimensión hamartiológica, que se fija en el hecho de que el habitus de la gracia, según el lenguaje escolástico, no puede menos de quitar el pecado, excluir la muerte espiritual en la misma medida en que infunde la vida. Es obvio que, según se acentúe una u otra dimensión -incluso cuando no se excluya ninguna de ellas- asistimos a diversas explicaciones teológicas sobre el acontecimiento de la santificación. El Tridentino dice que la justificación del pecador no es sólo remisión de los pecados, sino interna renovación del hombre, nueva creación (DS 1528). Si nos atenemos al tenor del texto, en el Tridentino se daría preferencia a la vertiente hamartiológica, a la remisión del pecado; pero, presu-

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