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322 ALEJANDRO VILLALMONTE seguro que María, por la abundacia de la gracia recibida, estaba inmune del pecado personal. Este hecho se convirtió en manos de los inmaculistas en punto de apoyo para arguir: no tuvo pecado personal, luego tampoco el original. Argumento que los maculistas conceptuaban demasiado precipitado y no con– cluyente, pero que la lógica acerada del doctor sutil Duns Escoto no tuvo inconveniente en dar por válido. Dentro de la antropología y hamartiología católica siempre se ha pensado que el pecado propiamente tal es el pecado actual personal, perpetrado a conciencia y con deliberación. Pero la libertad humana pecadora se encuentra radicalmente inmersa en la historia, situada y sitiada por numerosos condicio– nantes internos y externos al hombre. El acto de pecar no debe considerarse como un acontecimiento que, en forma desarraigada y puntual, acontece en la vida. Siempre está contextualizado. La teología reciente habla del pecado como situación, con acto que acontece dentro de una circunstancia vital muy con– creta, como culminación de un proceso vital. La hamartiología antigua no desconocía esta perspectiva y sabía también contextualizar el acto del pecado. Era éste uno de los aspectos más valiosos de la antigua teología del pecado original: el señalar la dependencia íntima que cada hombre al pecar tiene con la humanidad (representada en Adán) y con su propia contextura vital, con su propia existencia internamente dañada por efecto del pecado de Adán y ella misma constituida pecadora y fuertemente inclinada hacia el mal, por efecto de la concupiscencia, la «jortissima peccandi libido» que en cada hombre existe. La concupiscencia o fornes del pecado creaba en el hombre una «Jortissima peccandi necessitas », de que habla San Agustín. Lo que generalmente se llama «inevitabi– lidad moral» del pecado en el hombre. Hay, pues, una fuerza de pecado que opera como en cadena: el pecado original de cada hombre lleva consigo el desbordamiento y fortísima inclinación hacia el egoísmo radical, el cual hace moralmente necesario el pecado personal. En este horizonte mental resultaba normal que, si se quería presentar a ·María totalmente exenta del pecado personal, se recurriese a la raíz del mismo, a eximirla del fomes del pecado que es su causa universal y su fuente. Así se hizo tempranamente. Cuando comenzaron las discusiones sobre la Inmaculada, los teólogos había llegado ya a un consenso generalizado sobre fa exención y erradicación del fornes del pecado en María, presentándola santa en cuerpo y alma, llena del Espíritu Santo, al menos desde el «segundo» instante de su ser, en el sentido que hemos mencionado. 12 Como María estaba pre-santificada en '" Admitiendo, no como segura sino como más probable, la contracción del pecado original por María, San Buenaventura describe la exención del fomes de esta forma: «el fornes (del pecado) tiene su sede en la carne y sube hasta el espíritu. En un primer momento de su santificación se Je concedió a la Virgen tal perfección de gracia que se desbordó hasta la parte sensible, reprimiendo el fornes del pecado con tanta intensidad que no le quedó a éste fuerza para incitar nunca el mal. En un segundo momento de esta santificación el Espíritu Santo no sólo bajó

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