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318 ALEJANDRO VILLALMONTE pecado original) más que en subrayar la hermosura de la Doncella. O bien reservaban esta tarea para otros capítulos de la Mariología. Sin embargo, en medio de la oceánica y selvática literatura maculista/inma– culista producida durante siglos -sólo algún heróico caballero de la Inmacu– lada se decidiría hoy a leerla- hay una fibra dorada, un eje diamantino que sustenta toda la trama y que al final nos permite decir: después de todo valió la pena esta secular discusión, porque mediante ella la Comunidad de los creyen– tes llegó a la lúcida, plena afirmación de que María es Santísima. la Llena-de- 1<racia desde el primer instante de su ser. Con todo lo que esta afirmación implica si se la encuadra dentro del Misterio del Padre, del Misterio de Cristo, del Misterio de la propia María y del Misterio de la Iglesia. Tomemos la discusión en un momento histórico privilegiado, a finales del siglo XIII y comienzos del XIV. Teólogos como San Buenaventura y Santo Tomás enmarcaban bien la pregunta por la concepción inmaculada de María, cuando la hacían emerger en medio de su estudio sobre la santidad de la Madre del Señor. 5 Ambos tienen en la mente la idea de la plena santidad de María. Se preguntan si es extensible o no al primer instante de su ser. Es verdad adqui– rida que la plenitud de gracia en María excede a la de cualquier otro ser humano y angélico. En cuanto a la dimensión negativa de la santidad - la inmunidad del pecader-, ambos doctores tienen por cierta la total impecancia de María, por lo que a pecados personales se refiere. En la hamartiología teológica de entonces se mencionaba continuamente el fomes del pecado - ,a habitual desordenada concupisciencia del apetito sensible, según lo define Santo Tomás-, como la raíz y fuente irrestañable del pecado personal. Por consiguiente, el peso de la reafirmación sobre la impecancia total de María les lleva a afirmar que el fornes del pecado fue extinguido o al menos despoten– ciado en ella como efecto de una santificación temprana en el vientre de la madre. Sólo era discutible para ellos el momento preciso de esta santificación plena y temprana de la Madre del Señor: la «congruencia temporis», que decía San Buenaventura. No obstante la opinión que iba surgiendo en contra, ambos doctores dan por seguro que María fue santificada no en el primer instante, sino en el sef<undo. La discusión sobre la ·santificación de María en el «primero» o en el «segundo» instante es sabido que no se reducía a una elegante disputa escolás– tica. Dentro de su mentalidad teológica personal San Buenaventura y Santo Tomás, tenía razones de peso para decidirse por el se1<undo instante. Duns Escoto encontró otras más con.vincentes en su decisión por el primer instante. ,; Santo Tomás en la Summa, 111, q. 27, la dedica toda a la santificación de María, a su modo, tiempo y alcance: no ocurrió sino después de contraer el pecado original, aunque luego obtuvo santificación plena. S. Buenaventura se pregunta por el tiempo conveniente para la santificación: ;fue antes de contraer el pecado original? No, fue después: III Sene., p. I, a. 1, q. 2: III.

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