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ciertas anomalías de remedo de santidad particularista y no comunitaria. Es indis– pensable otorgar a la formación de los fieles toda la importancia capital que tiene, hasta conseguir que sepan juzgar con acierto y tomar parte activa en los actos de culto y en las prácticas piadosas. Y esta forma de actuación consciente en lo religioso es hoy, tanto más necesaria, cuanto repugna al hombre moderno el hacer las cosas simplemente porque "así se han hecho"; la tradición ha perdido para él fuerza; y la rutina no la soporta. Se impulsa el obrar, pero quiere siempre saber qué es lo que hace y por qué lo hace. La misma declaración formulan quienes se han lanzado, con criterio también de cierre, a la tarea única de las minorías: juventud, clases directoras, universidades... Se imaginaron que, ganada la juventud, habían de contar el día de mañana con los adultos; y que, tras los dirigentes, vendrían en compactas formaciones las xµasas. Sin embargo, el final de esas tentativas, no fué la aparición de los colores del arco– iris. A una primavera exuberante y florida no siempre sigue un estío y otoño de pingües cosechas y abundancia de frutos. Y la juventud no es el todo en el apos– tolado; ni el cultivo de las minorías dispensa de atender en sus exigencias a las masas. Todavía pudiéramos ofrecer otras dos muestras de io peligroso que, en el sagrado ministerio, resulta el unilaierismo. Primero, la de los que aseguraban, hace ya algu– nos años, que, conquistando la Prens?l, todo se había logrado. Sabían que la Prensa era el "cuarto poder" de los tiempos nuevos; pero olvidaban que existían otros tres poderes, tan fuertes como ella, y que no quedaban sometidos a su dominio. Y, segundo, la de los eufóricos de los primeros tiempos de la Acción Católica -tan digna ayer como hoy de toda alabanza y de todo esfuerzo-, y que ellos vaticinaban como el "resuélvelo todo" para los males del mundo; y, en su optimismo y en oposición a la jerarquía, se dieron a menospreciar y hasta despreciar todo lo ya exis– tente... También el tiempo ha venido a evindeciarles que, por muy prácticos y nece– sarios que Iios sean los ojos, con la vista únicamente y sin otros medios, v. gr., de locomoción y de tracción, nos veríamos muy mal para resolver todas las necesidades perentorias de la existencia. La parte nunca es realidad completa; y en el ministerio apostólico existe un sistema completivo -"sacrare, docere, regere"- que no se puede ni ignorar ni pre– terir, por haberlo establecido así el Señor y hallarse dotado de verdadera eficien– cia. Y el auténtico apostolado, sobre las iniciativas y esfuerzos de cada uno, lo que tiene que proclamar como tarea ineludible es el "misterio de Cristo" en su tota– lidad y en todos sus aspectos. Nada de reticencias, antes integración de cuanto com– pone la vida espiritual.

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