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~¡ 1~10:S:l\~ l 'MI.RO \)l'IAl,I•:,; -177 o•••• 4 •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••.. •••--•••••••••••h•u•••••....••••••••••••00•0••••• sujeto a las mismas normas que regulan las actividades de la pastoral ordinaria, normal, de todos los días. Hemos llegado a comprender cómo la aspiración global de los misioneros, en el pasado, era recoger abundante fruto de buenas y santas confesiones y comuniones en el m¡iyor número posible de cristianos. Se trataba de tiempos en que la unidad de vida marchaba ligada a la unidad de fe --todos creían y todos rezaban-, y era suficiente un llamamiento a las conciencias, para que los tibios se esforzasen por ser mejores, y los ya buenos se incita~en a seguir más decididos por la senda de la virtud. Pero, hoy, cuando en el territorio de una misma parroquia acampan los que rezan y los que blasfeman, quienes creen y quienes son o se dicen ateos, la señora que va a misa y la que apenas si sale del cabaret, y, al lado del templo, están dos o tres salas de fiestas, y unos practican y otros no quieren ni oí.r hablar de religión; ¿ bastará con atenerse a los objetivos tradicionales de acción tan sólo sobre los indi– viduos, o será un deber esforzarse por la mejora de lo social y por la moraliza– ción del ambiente de vida de los grupos? Sin incurrir en pesimismo, pero sin volar, como optimista, en alas de lo nuevo, es preciso reconocer que la complejidad del problema reclama la pulcritud de las conciencias y la depuración de las costumbres del medio humar.o; exige revivir el sentido de responsabilidad individual y colectiva, de la persona y de la sociedad, en hacer actuante la obra de Dios en los medios que se hallan fuera de ella. Las Misiones Parroquiales no pueden preterir la recristianizaci6n del medio ambiente a la vez que laboran por la santifica'ci6n de cada uno de los sujetos. Cierto que esto, ya en parte, se consigue al íograr la mejora de los individuos, puesto que la Sociedad forzosamente ha de ser y de valer lo que sean las cualida– des de sus miembros. Pero no hay que pararse en ese hito; se precisa avanzar. Como no está todo en tener el velero dispuesto para la travesía, sino que es necesario que sople bonancible el viente que ha de henchir sus velas. De ahí que, sin moverse en circunstancias tan críticas como las actuales, las grandes figuras misioneras de todos los tiempos intuyeron el valor de esta reforma de costumbres públicas y no cesaron en la empresa de cercenar y hasta · extirpar los escándalos sociales : usura, inmoralidad, amancebamientos, corrupción de meno– res, libertinaje... ¿Hoy, qué se hace en este sentido? Indudablemente que la tarea es ahora mucho más difícil y costosa, porque ya no hay lugares ínccmunicados, ni existe dique que detenga el avance de esa oleada de gentes, de todas las tintas, que invaden llanos y cumbres; y no todas son modelos de santidad, antes dejan por señal de su paso abundancia de lacras sociales. Y es, además, la Prensa y las ondas de la "radio" y televisión -a las que difícilmente

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