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475 Y de la confesión hay que llegar hasta la Eucaristía. Ni la Misión ni el Misio– nero pueden satisfacerse con sólo la primera parte : dar vida. La vida demanda duración y desarrollo. Y esto se logra con el alimento del "pan de los fuertes". Tradicionalmente, se ha venido defendiendo que el blanco de la Misión era conseguir que los fieles se acercasen a recibir el Sacramento de la Penitencia. Y a este objetivo de disponer a los misionados para hacer una buena confesión, se diri– gían todos los temas de lo que podrfa llamarse primera semana. Las "verdades eternas" tenían por resorte sacudir las conciencias, para, mediante el santo temor, llegar al arrepentimiento. Los sermones acerca de los preceptos del Decálogo, más que de instrucción, servían de enseñanza práctica para hacer el examen de concien– cia con idéntica finalidad : confesarse. Y a todo esto se sumaba una prolongada serie de pláticas · y glosas especiales destinadas, ex profeso, a tratar y· dilucidar el tema de la confesión. Los tiempos así lo requerían y las necesidades de los fieles obligaban a este proceder. Y el buen éxito de una Misión, su fervor y hondura, se computaba por el número de confesiones generales alcanzado. En cuanto a la Sagrada Eucaristía, se profesaba una fe inquebrantable en el misterio, pero no ocupaba en las exhortaciones misionales el rango de preeminencia que la corresponde. De ordinario eran pocas las charlas sobre este tema y se limi– taban a ensalzar el milagro de la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacra– mento, a recomendar la asistencia a la Santa Misa y a exhortar a la Comunión como medio de perseverancia. Y quizás brotó de aquí la costumbre, aún hoy vigente, de clausurar las Misiones con una o varias ceremoniás de Comuniones generales. ¿Bastaba sólo esto? Hoy las almas demandan ya más y, con la aparición del nuevo y potente movimiento litúrgico, se han ido remediando ciertos fallos en la exposición de la doctrina y en el ejercicio de la práctica pastoral. Ahora, en que tantos son los peligros y tan numerosos los enemigos que luchan contra la vida del espíritu, no puede omitirse, entre otros, el tema de destacar la Eucaristía como "sacramento de vida". Si no coméis de la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jo., 6, 53). Son palabra!> de la eterna Verdad, que equivalen a decirnos que no es para recibirla ni una sola vez al año, ni una sola vez en la existencia. Y es que, en cualquier orden en que la vida aparezca, desde el momento que surge, tiene ya sus exigencias. Y el nacer o renacer, que el Bautismo como la Peni– tencia causan, impone deberes ineludibles, como son el sostener ese vivir, fomentar su desarrollo y facilitar su completa expansión. Y para eso, en el orden espiritual, la Eucaristía es necesaria.

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