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.±?.i................................................ rR•.. SIX'tO. M,ª.. Dt.. P~QUtRA,.. u... 1,•••• M·,.. CAP....................................................... lo reciben bien, deberán ser los Misioneros los primeros en conceptuar la adminis– tración de este sacramento como una de sus tareas más primordiales y asegurar su presencia asidua en el contesionario en todas aquellas horas que el ejercicio . de la cátedra de la verdad les deja libres. Y ¿se tiene esto en cuenta en las Misio– nes de densos núcleos de población? ¿No se retrae a los últimos dias en que se mul– tiplican los quehaceres y se aumentan las dificultades, con el consiguiente riesgo de que muchos no hallen ni tiempo ni modo de confesarse? Tanto en las horas como en el número de confesores, ¿se ofrecen formas expeditivas a los :fieles para cum– plir con este dE.:ber? Hoy, el clamor ecuánime, en el extranjero mucho más aún que en España, es el de carestía de confesores en los templos. Las múltiples acti– vidades externas que se encomiendan al sacerdote -de burocracia y abogacía, de docencia y de obras asistenciales, de asesores y de consiliarios en empresas estatales y obras eclesiásticas, etc., etc., están como apuñalando esta otra actividad, menos lucrativa y aparatosa, pero, más ministerial y del espíritu. Y el día en que, por lo que sea, el pueblo cristiano se aleje de esta fontana purificadora del perdón, las pérdidas para la fe y las buenas costumbres resultarán irreparables. ' Procede aún sobre este mismo asunto formular una nueva encuesta: ¿Es indis– pensable hoy insistir, con la intensidad y apremio de épocas pretéritas y con la vehemencia y continuidad de los grandes misioneros de otros siglos, acerca de las confesiones generales a causa de los frecuentes sacrilegios por callar pecados por vergüenza? Este pecado ¿ cuenta con la extensión de otros tiempos? La práctica mayor de recepción de sacramentos, hoy, la mejor cultura y preparación que el pueblo cristiano posee ahora sobre el particular, así como los muchos medios de comunicación que el mundo moderno le ofrece para poder confesarse donde quiera y con quien desee, y hasta el paso más continuo de sacerdotes, de uno y otro clero, por pueblos y ciudades, en función de ministerios o de ayuda sacerdotal; ¿ todo esto no habrá producido un notable descenso en este terrible mal de "callar pecados" por no encontrar más que un solo sacerdote con quien hacerlo y que infundía rece– los? En una palabra, ¿quiénes son hoy más, los que se confiesan, pero haciéndolo mal, o los que no se confiesan para no hacerlo mal? Y si el trueque se ha verificado, no convendría -6in dejar de hablar en cada Misión, de las malas confesiones- emprender nueva lucha contra lo que hoy hace más daño, contra errores que están en las mentes de muchos y obran con toda la fuerza de un,a explosión atómica, como son, v. gr., acerca de la institución divina de la confesión contra ese repetir "la confesión es cosa de curas" ; y sobre el valor de la confesión para deshacer el entuerto de "yo no me confieso, pues el sacerdote es un hombre como yo"; y acerca de la eficacia misma de este sacramento contra "yo no puedo confesarme porque es imposible que se me perdone lo que he hecho'; etcétera, etc.?

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