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1?.º··········································..... 1'R•.,SIXTO. M.ª.. nt.. PI\SQUJ(RA .... º• .. ~'..J,í., .. CAP....................................................... Y en ese ir y venir de figuras conocidas y extrañas, cabalga velozmente la furia del vendaval de las mutuaciones que se desencadena sobre los municipios, aven– tando las sanas costumbres, el patriarquismo que, hasta fecha reciente, reinaba en las agrupaciones urbanas de la cumbre y del valle. El símbolo de la vida de los pueblos era antes la fuente que, en la plaza del pueblo, vertía serena el chorro de agua, y alli se remansaba. Hoy estas gentes han corrido de la fuente al río o se han situado en el cauce de la carretera, por donde todo llega y todo pasa; y su vivir no es ya diáfano y sosegado, sino inquieto y angustioso. Ya no· es corriente cristalina, sino riada cenagosa o polvareda que ciega y ensucia. Y este flujo y reflujo, de tránsito y de mutación, afecta a la misma vida espiritual de las parroquias, que vienen a ser cual vasos comunicantes, en los que la religiosidad o atonía sube o baja, a medida de cómo sea la presión de los fenómenos que acontecen en el contorno: Ahora bien, emprender, ante estas realidades, una acción pastoral y misionera tan sólo en el espacio reducido del territorio de una parroquia determinada y dejar franquicia libre a todas las corruptelas o vicios imperantes en la región, es lo mismo que sembrar en agosto y esperar todavía recoger en el mismo mes grandes cose– chas. Los más esperanzadores resultados de una buena Misión se ven así, en plazo muy corto, anulados por la fobia y desfachatez del vivir poco ejemplar y mayor en número de las gentes de los aledaños. Si ya no es que se confabulan para hacer caer a los que se han propuesto ser mejores, con el propósito de que nadie aparezca ni sea realmente más que ellos; pues de todo hay en la vida. El bien espiritual de las almas, como la permanencia del fruto de la Misión, demandan que ésta sea de un radio de acción apostólico lo más amplio posible y de una exacta armonía en cuanto a las metas a conseguir, tanto por parte del con– junto de los misioneros como por el equipo de sacerdotes que alli· quedan compro-– metidos a velar por tan nobles ideales, de forma ordinaria y permanente. Y en esto, las Misiones "generales" o regionales ofrecen mayores seguridades de éxito que las simplemente "aisladas". Y todo esto obliga a renovar criterios, actitudes y prácticas de apostolado. El aislacionismo, en nuestros días, resulta funesto, dada la facilidad de comunicacio– nes y los medios de información y propaganda extraordinariamente difusivos. Es más, los mismos problemas de hoy ya casi no son de acción esporádica y parcial, sino de signo universal. Y en esta peripecia histórica, aferrarse tan sólo a problemas particularistas, detenerse con ahinco en visiones lugareñas hasta prescindir de lo que pasa fuera del lugar en , que se está o del campo de las actividades propias, es mflingir un mal. positivo a la tarea de volumen de un apostolado eficaz. De aquí que el mismo Papa apremia a una ación conjunta, a una movilización general de todas las fuerzas disponibles.

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