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138 1. IRIARTE lo que una vez captaba el oído, el amor lo rumiaba con devoción incesante» (2 Cel 102). Esta observación del biógrafo sobre el especial poder de retención del Santo es importante para explicar su manera de citar los textos bíblicos de memoria, muchas veces por pura asociación o incluso resonancia de palabras o conceptos. Pero no era solamente la tenacidad de su memoria y la vivacidad particular de su atención lo que le hacía retener tantas ex– presiones bíblicas; gran parte de este efecto se debía a aquel «meditar con devoción» los textos que le eran preferidos, a su contemplación de la Palabra de Dios. Y estos textos, que configuran la espiritualidad del Pobrecillo, son pre– cisamente los que quisiera presentar, tratando de leerlos como él los leyó, con aquel sentido especial de las Escrituras que poseía, «instruido por la sabiduría que viene de Dios» (2 Cel 102). Francisco no era docto en Sagrada Escritura; no se aproximaba a la Biblia como teólogo o como pre– dicador, sino simplemente como creyente. Y recibía las «perfumadas pa– labras del Señor, que son espíritu y vida» (2CtaF 2) como un mensaje actual de salvación, en cierto sentido fuera del tiempo y del espacio his– tórico en que fueron escritas. l) Mt 5, 3-12: Las bienaventuranzas En el texto de las bienaventuranzas, como en todo el Sermón de la Montaña, Francisco encuentra los elementos más significativos de su ideal de vida en pobreza y minoridad. «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mt 5, 3)» (Adm 14). Francisco, que en casi todas las Admoni– ciones desarrolla el tema de la pobreza interior, lee con especial esmero la primera bienaventuranza, con una sorprendente intuición del verdadero sentido querido por Cristo, o sea, con una actitud sincera ante Dios, opuesta a la de los fariseos que hace de sus obras buenas como un capital frente a Dios. Y hay religiosos que hacen otro tanto con sus prácticas de penitencia y de devoción: «no son pobres de espíritu». 5 «... sean apacibles, pacíficos (sint mites, pacifici) y mesurados, mansos y humildes» (2 R 3, 11). En la Regla no bulada, dice de Dios que es el único «manso (mitis), suave y dulce» (1 R 23, 9). De la quinta bienaventuranza -bienaventurados los misericordiosos– se encuentran aplicaciones en las dos Reglas y en otros escritos, cuando insiste en la misericordia que se ha de tener con los demás: 1 R 5, 7s; 2 R 7, 2s; Test 2; Adm 27, 6; 2CtaF 28, 29, 43; CtaM 9s, 15, 17. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dio1s .(Mt 5, 8)» (Adm 16). ; K. Esser: Le Ammonizioni di S. Francesco, Roma 1974, 193-206.

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