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372 F. JIMÉNEZ 5) Frente a estas experiencias que intentan abrir un nuevo camino en la Orden, se constata que la mayoría de los hermanos de cada una de las Provincias las observa con indiferencia y desinterés. Mientras tanto, el número de los que han participado o compartido la experiencia de los hermanos indica que ha sido muy aceptada. Voy a referirme a la de Arth. Desde enero de 1974 hasta mayo de 1977, han pa– sado por la fraternidad varios centenares de personas, capuchinos, sacer– dotes seculares, religiosos de otras congregaciones ... Por el número de participantes se puede afirmar que muchos frutos maduran en esta expe– riencia de recogimiento y de silencio. Al abandonar la fraternidad, cada grupo es invitado a manifestar por escrito las impresiones recibidas. Casi todos insisten en los siguientes aspectos: a) la alegre y fraterna atmós– fera de la fraternidad; b) el silencio en toda la casa, con excepción de las horas de comida; c) la renuncia a la televisión; d) la oración litúr– gica preparada y celebrada con sencillez; e) la posibilidad de las varias formas de meditación, tradicionales o con ayuda de técnicas orientales; f) los seminarios generales; g) muchos afirman que han descubierto un verdadero modelo de vida comunitaria franciscana. La comunidad reco– noce que la base de la experiencia se encuentra en el sentido y armonía que reina entre los componentes de la fraternidad. Confían que los supe– riores continuarán favoreciendo esta iniciativa. 6) En tales fraternidades no surgen tantas vocaciones religiosas como se podría esperar. Hay jóvenes que participan durante mucho tiempo en la vida de las fraternidades y salen decididos a vivir con seriedad el com– promiso cristiano en sus propios ambientes. 7) A nivel de toda la Orden, estas experiencias son pocas y sin ninguna relación entre sí; son de desear encuentros de este tipo de fraternidades, no sólo para conocerse recíprocamente, sino también para profundizar en la espiritualidad franciscana y para que la Orden tenga verdaderos maestros de oración, etc. Para finalizar quiero referirme a la figura del capuchino tal como fue descrita en una de las conferencias del II Consejo Plenario de la Orden: « Y ahora, si se me permite definir, basándome en la historia, el "tipo" del capuchino con una sola palabra, su mejor definición, a mi entender, sería ésta: hombre de "espíritu", hombre "espiritual". En efecto, en cuanto a su vida interior, es un hombre dado al espíritu de oración, de conversión, de renovación continua, adicto a la revisión de vida, siempre de nuevo y siempre más. El Espíritu es vida en perpetuo movimiento vivificador. En cuanto a la actividad apostólica, es un promotor de la vida espiritual, especialmente de la oración interna, con la gente humilde. De hecho, en la historia de la Iglesia, no es recordado tanto como teólogo o jurista, cuanto como animador o inspirador, como conductor espiritual del pue– blo en todas sus necesidades» (O. Van Asseldonk).

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