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296 t. IRIARTE Ev. testif. 16). ¿Estamos en disposición de asumir, en nuestro tiempo y para nuestro tiempo, los gestos heroicos de los antiguos capuchinos: a) en cuanto a la abdicación; renunciando a la autonomía, si no en la pose– sión de los edificios, sí en lo que se refiere a obras e instituciones, recur– sos propios de acción, etc., optando más bien por una inserción en obras, instituciones e iniciativas ajenas; b) en cuanto al sentido de peregrinación y de disponibilidad, renunciando a tantas formas de instalación personal o colectiva que hoy nos quitan la libertad evangélica y apostólica; c) en cuanto a la actitud de minoridad en medio del pueblo de Dios, si no con la renuncia a la exención canónica, muy delimitada hoy por el Concilio, sí con una participación desinteresada en la pastoral de conjunto y con la preferencia por campos de acción y de servicio a los hermanos, sin lustre y sin provecho temporal?; d) la pobreza-austeridad fue un con– cepto muy actual en el siglo XVI, que hoy quizás sea más difícil restaurar en nuestra sociedad del confort y del consumo, en cambio, son muy actua– les ciertos aspectos de esa misma pobreza, como son la senciilez, la sobrie– dad, el contentarse con lo elemental...; pero ciertamente la pobreza evan– gélica no es una disciplina ascética, sino una liberación para amar y darse; e) el aspecto de hoy es seguramente el de ver en la pobreza voluntaria un compromiso de fraternización con los pobres; los primeros capuchinos tradujeron ese compromiso en el gesto heroico de obligarse a socorrer a los necesitados en tiempo de carestía y a los apestados en tiempo de epidemia; hoy se ofrecen nuevas oportunidades: los marginados, los emi– grantes, los drogadictos ... 4. La vida fraterna busca cauces evangélicos de espontaneidad y de compenetración, lo mismo que en el origen de nuestra reforma. Lo impor– tante es que sepamos poner los presupuestos imprescindibles de ese redes– cubrimiento: desapropio, sobre todo afectivo, aceptación de cada her– mano como es, mutua apertura y confianza, conciencia de hallarnos ligados por un compromiso de grupo a un ideal de vida sumamente exigente, que hemos de llevar adelante entre todos, con lealtad fraterna. Para ello se impone el diálogo confiado, el espíritu de servicio, que tiene como fórmula evangélica la obediencia, un estilo de mando que brota de esa misma actitud de servicio, y una proyección externa de la hermandad descubierta y realizada primero hacia adentro. 5. La acción apostólica tiene hoy la misma raíz de siempre y, más o menos, se desenvuelve por los mismos cauces que hallaron los antiguos capuchinos: experiencia personal de la fe, de la intimidad con Dios, men– saje sincero y directo, denuncia profética con nuestra vida y con nuestra palabra de lo que en nuestra sociedad tiene de antievangélico, audacia de ser diferente en un mundo más preparado que nunca para descubrir los valores de una vida de renuncia, de autenticidad cristiana, de verdad austera y diáfana.

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