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284 L. IRIARTE De esta preocupac1on por desbrozar la vida espiritual de rezos, devo– ciones y «ceremonias» se hacen eco los cronistas. «Desterrando todas las ceremonias y cosas que ocupan el tiempo, no se ejercitaban en otra cosa que en la santa contemplación, a ejemplo de san Francisco y sus com– pañeros» (Bernardino de Colpetrazzo). «No querían los padres cargar a los hermanos con oraciones vocales, a fin de que se pudieran dar más a la oración mental» (Matías de Saló). Para facilitar la espontaneidad y el sosiego de la contemplación soli– taria, estaba mandado que hubiera algunas celdas en el bosque próximo al convento, donde por tiempos los hermanos atraídos por la soledad pudieran llevar «vida eremítica» sin ser molestados (Albac. 42). No sólo las ocupaciones manuales y los rezos mecánicos podían ser causa de ami– norar la afición a la oración contemplativa, sino aun el ministerio de la predicación. Por eso las Constituciones de 1536 ordenaban que los pre– dicadores, «cuando por el trato con seglares sintieran disminuir en ellos el espíritu, volvieran a la soledad, y en ella estuvieran hasta tanto que, Henos otra vez de Dios, los impulsara a diseminar las gracias divinas por el mundo... » (n. 114); «dejen de vez en cuando el contacto con los pue– blos y, con el dulcísimo Salvador, suban al monte de la oración y contem– plación, y allí esfuércense por encenderse como serafines en el amor divi– no, para que, bien caldeados, puedan caldear a otros» (n. 120). III. POBREZA EVANGÉLICA, LA GRAN LIBERADORA Una vuelta sincera a san Francisco no puede menos de llevar consigo el redescubrimiento del ideal y de la vida de pobreza evangélica. La pri– mera generación capuchina hizo de la pobreza como el cimiento del com– promiso personal y colectivo de seguir a Cristo según el ejemplo y las enseñanzas de san Francisco. Bajo el magisterio de Bernardino de Asti, la espiritualidad de la reforma supo captar todo el sentido profundamente evangélico de la pobreza voluntaria y se ligó aun con las consecuencias heroicas de la misma. Es lo que aparece en las extensas motivaciones del capítulo sexto de las Constituciones de 1536. La «altísima» y «celestial» pobreza (n. 38, 69, 81) es llamada «madre santísima», «madre amadísima» (n. 23, 27, 84), «reina y madre de todas las virtudes, esposa de Cristo y del seráfico Padre» (n. 27), «firmísimo fundamento de toda la regular obser– vancia» (n. 126). Pero la pobreza, aun siendo tan fundamental, no es la meta de una vida; sigue siendo medio de perfección, y ésta consiste en la caridad. Ante todo, la razón última de elegir una vida en pobreza es la opción hecha por el Hijo de Dios, «hecho pobre por nosotros en este mundo» (2 R 6, 3); una vida señalada por la pobreza desde el nacimiento hasta la cruz (n. 69).

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