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«PALABRA ABREVIADA» 239 y exhorto a estos mismos hermanos a que, cuando predican, sean examinadas y castas sus palabras, para provecho y edificación del pueblo, pregonando los vicios y las virtudes, la pena y la gloria, con brevedad de lenguaje, porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra.» Todo cuanto aquí se ordena reviste carácter de humildad y de nega– ción de sí mismo. En el modo de predicar, el hermano menor debe renun– ciar a cuanto sea meramente retórico. Sus palabras deben ser «exami– nadas», es decir, ponderadas, mesuradas, y «castas», o sea, que no nazcan del espíritu de la carne, del espíritu del propio «yo», sino del espíritu de Dios, que debe ser único posesor del corazón del predicador evangé– lico. Con sencillez en la manera de hablar y con vida interior intensa, el hermano menor conseguirá mayor libertad interna para dar testimonio de Cristo y anunciar sin dificultad alguna la divina palabra. El verdadero modelo de esta manera ele predicar con perfectísima sencillez, humildad y renuncia de sí mismo, pero lleno totalmente del espíritu de Dios, es Cristo. Y en este contexto de humildad imitadora de Cristo es donde Francisco introduce en su Regla II la cita de san Pablo: Palabra abre– viada hizo el Señor sobre la tierra (Rom 9, 28). Más que alusión a la en– carnación -como entendían esa frase las corrientes teológico-espirituales de su tiempo-, el Seráfico Padre alude con esas palabras a la manera de predicar, la cual debe ser en todo conforme con la manera de pre– dicar que siguió Cristo Jesús en la tierra. Las normas para tal manera de predicación estaban ya sustancialmente dadas en 1 R 17. Pero faltaba en ellas la expresa alusión a la manera de predicar de Jesús. Fray Cesáreo de Espira no había añadido, a este res– pecto, ningún texto bíblico en la Regla I ni tampoco lo había indicado el propio Francisco. En los dos años que transcurrieron entre la redac– ción de ambas Reglas (la de 1221 y la de 1223), Francisco leería en la epístola a los Romanos la consabida frase de san Pablo, y en seguida vio que en ella estaba configurada la norma que debía regir la predicación de los hermanos menores. Tomó la frase literalmente, materialmente, como suena en la Vulgata; y la aplicó, no tanto a la brevedad o a la corta duración de un sermón, cuanto a la manera misma de predicar, sin repa– rar en el sentido que a esa frase daban los especialistas de su tiempo. Francisco quería que, siguiendo el ejemplo de Cristo, sus hijos fueran predicadores, pregoneros sencillos del mensaje de Cristo; pero no gran– des oradores. Celano atestigua expresamente que Francisco nunca pretendió pare– cerse a aquellos que son oradores, más que predicadores; que más pro– curan pronunciar bellas palabras que vivirlas interiormente en su co– razón (2 Cel 164; cf. Adm 6 y 7). El que se abre a la palabra de Dios y por ella al Señor mismo y a su amor, anuncia este amor a los hombres tan sencilla y llanamente como Cristo habló en su vida terrestre. No encu-

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