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234 SERAFÍN DE AUSEJO Esto es también lo que nos testifican sus primeros biógrafos. Valgan, como comprobación, estos pasajes de Celano y de san Buenaventura, que no se refieren solamente a la lectura de los Evangelios, 5 sino a toda la sagrada Escritura en general. «Aunque este hombre bienaventurado no había hecho estudios científicos, con todo, aprendiendo de Dios la sabiduría que viene de lo alto e ilustrado con las iluminaciones de la luz eterna, poseía un sentido nada vulgar de las Escrituras ... Leía a las veces en los libros sagrados, y lo que confiaba una vez al alma le quedaba grabado de manera indeleble en el corazón... » (2 Cel 102). «En otra ocasión, huésped de un cardenal de Roma, las preguntas de éste sobre pasa– jes oscuros las aclaraba de tal modo, que se diría que era un hom– bre embebido de continuo en las Escrituras» (2 Cel 104). «Un com– pañero suyo, viéndole enfermo ... le dijo una vez: 'Padre, las Escri– turas han sido siempre para ti un amparo; te han proporcionado siempre alivio en los dolores ... '. Le respondió el Santo: 'Es bueno recurrir a los testimonios de la Escritura... ; pero estoy ya tan pe– netrado de las Escrituras ... » (2 Cel 105). «Leía algunas veces los libros sagrados, y lo que una vez se había depositado en su alma, se grababa tenazmente en su memoria... » (LM 11, 1). Se dirá, y con razón, que ambos biógrafos franciscanos atestiguan que Francisco leía la Biblia sólo «de vez en cuando». Naturalmente que no sería una lectura tan continuada y habitual que pueda liamarse estrictamente diaria. Ni las circunstancias de tiempo y lugar, dado el tenor de su vida, se lo permitían. No era fácil llevar siempre consigo un códice entero de la sagrada Escritura o encontrarlo siempre a mano. Sin embargo, estos dos biógrafos certifican también que Francisco pa– recía un hombre que continuamente estuviera entregado al estudio de las sagradas Escrituras (2 Cel 104; LM 11, 2); lo cual, aun quitando lo que pudiera haber de hipérbole, supone que la lectura de la Biblia no era en Francisco tan rara como pudieran dar a entender las palabras «de vez en cuando». Y de hecho, el uso constante que en sus escritos hace de los textos bíblicos, a veces bastante raros para quien no es lector asiduo de la Biblia, demuestra que los libros sagrados, leídos directamente, constituían para su espíritu un verdadero manantial de vida. s Sobre la lectura de los Evangelios y la veneración que les tenía, cf. 1 Ce! 22, 32, 110; 2 Ce! 217. Cuando san Francisco escribió la hoy llamada Regla I (la de 1221 o no bulada), terminada su redacción, se la entregó a fray Cesáreo de Espira, docto en Sagradas Letras, para que añadiese en ella algunos textos evangé~icos. Así lo atestigu~ Jordán de Giano (Cbro~– ca, n. 15). En cualquier caso, cuando Francisco trata de los predicadores, en 1 R 17, no cita el texto de Rom 9, 28, que venimos comentando, incluido luego en 2 R 9.

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