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«PALABRA ABREVIADA» 233 y a pesar de ser más bien autodidacta, y hablar un lenguaje popular y arcaico (de unos 50 años atrás), mostrándose rebelde, más por preme– ditación que por ignorancia, al lenguaje de los sabios de su tiempo -lenguaje que conoce, aunque no lo hubiera asimilado en las escuelas, como expone Cornet en su estudio sobre la reverencia debida al Cuerpo de Cristo, pp. 75-76-, causa realmente admiración la multitud de pasajes bíblicos que aduce en sus escritos, bien como citas expresas, bien como alusiones o como aplicaciones. Ello supone, dada la corta extensión de la obra escrita de nuestro Padre, un conocimiento amplísimo, si no pro– fundo, de la Biblia. No siempre se podrá demostrar que sus conocimientos bíblicos provenían de la lectura directa del texto sagrado en su versión oficial, es decir, la Vulgata latina. Esos conocimientos bíblicos podrían venir también, en buena parte, de la lectura diaria del Breviario; aunque ello no parece suficiente, por cuanto no pocas veces aparecen en sus opúsculos citas de textos desacostumbrados, que en el Breviario de su tiempo seguramente no tenían cabida. 4 Otras veces podrían proceder de lecturas piadosas o de conversaciones con hermanos más ilustrados. Pero, cuando se ve cómo cita expresamente textos no comunes en los tratados de piedad o que difícilmente se oyen de labios de predicadores, uno se pregunta, efectivamente, hasta dónde llegaba el conocimiento directo, por lectura personal, que el Seráfico Padre tenía de la sagrada Escritura. Rara será la página de sus escritos donde no haya alusiones a pasajes bíblicos, o incluso frases bíblicas expresamente citadas. El P. Lampen (en AFH 1924) publicó ya un recuento de los textos sagrados que aparecen en los opúsculos de S. Francisco y, aun prescindiendo del Oficio de la Pa– sión, llega a la suma de 239 citaciones (39 del AT; 200 del NT, de las que 62 corresponden a Mt, 9 al menos a Me, 40 a Le y 32 a Jn). Posterior– mente, se han hecho otros recuentos, llegando a un número mucho más alto de citas (cf. Matura, en Sel Fran n. 19, 1978, 13-20, y otros es– tudios publicados en este mismo número). Muchos textos bíblicos están tomados de los Salmos, aprendidos seguramente de memoria por el rezo diario del Oficio Divino. Pero, al repasar las listas que ofrecen los estudios sobre el tema, se advierte que el conocimiento que el Seráfico Padre ma– nifiesta tener de la Biblia, siquiera se trate de simples citas, hechas tal vez de memoria, ordinariamente sin exégesis alguna propiamente dicha (y menos científica), es realmente impresionante. Ello demuestra, porque no cabe otra explicación, que Francisco leía la Biblia y había conseguido asimilarse su pensamiento; y muchas veces, también sus palabras. Esa lectura debió de ser en él relativamente asidua y más o menos habitual, hecha directamente sobre algún códice del texto latino oficial, y no sólo sobre los pasajes incluidos en el Breviario. 4 El conocido Breviario de san Francisco consérvase en el monasterio de Santa Clara, de Asís. No he podido averiguar si nuestro pasaje de Rom 9, 28 figura en él entre las lec– turas tomadas de la Biblia. Ciertamente, en el breviario de la Curia romana, prescrito en la Regla (cap. 3), y que, por el hecho de imponerlo, san Francisco debía seguramente conocerlo de algún modo., la carta a los Romanos se leía íntegra.

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