BCCCAP00000000000000000001446

LA ORDEN DE PENITENCIA DE S. FRANCISCO 33 consejos de nuestro Señor Jesucristo» (v. 40). «Estas y otras palabras de nuestro Señor Jesucristo las debéis recibir con humildad y caridad y pone1·– las en práctica y observar» (v. 87). Los destinatarios estaban reunidos en grupos, al frente de los cuales había un superior. Francisco quiere que éstos, como en la Primera Orden, sean y actúen como siervos de todos: «Al que se le ha encomendado la obediencia y quien se tiene por mayor, sea como el menor (Le 22, ¡6) y siervo de los otros hermanos. Y haga y tenga misericordia con cada uno de sus hermanos, como quisiera que se hiciese con él si se encontrase en la misma situación. Y no se aíre contra el hermano por el delito de algún hermano, mas lo amoneste y sostenga benignamente con toda paciencia. y humildad» (vv. 42-44). Esta segunda redacción de la Carta a los fieles, como se ha dicho antes, tiene una tonalidad fuertemente anticátara y antivaldense. Donde más se trasluce esta actitud es en la parte doctrinal (vv. 4-18) y en la estatutaria (vv. 19-48), que son propias de esta segunda redacción. Francisco rectifica las ideas cátaras sobre la encarnación y pasión de Cristo, insistiendo fuerte– mente en la realidad física de ambas. Contra los valdense, insiste en que solamente los sacerdotes tienen la potestad de atar y desatar, de celebrar la Eucaristía y de predicar. Pero la carta no tiene una finalidad principalmente defensiva. En ella Francisco presenta un ideal de hombre nuevo, que se realiza viviendo en la penitencia. Este hombre nuevo vive en el amor, porque ha gustado lo bueno que es el Señor (v. 18); responde a la llamada de Dios con la ado– ración, la plegaria, la participación en los sacramentos de la penitencia y la eucaristía (vv. 19-25). A este amor a Dios se asocia el amor al prójimo (vv. 26-31). Francisco considera este amor realísticamente; de ahí sus pala– bras tan originales: «Amemos al prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22, 29). Y si alguno no quiere amarlos como a sí mismo, al menos no le cause mal, mas le lzaga bien» (vv. 26-27). Pero el núcleo central de la carta lo encontramos en los vv. 45-62. En estos versículos, al igual que en la primera redacción de la carta, se halla el pensamiento de Francisco sobre el espíritu del Señor. En ningún escrito del Santo hay un texto en el que muestre con tanta profundidad e intimi– dad su vivencia del misterio de la Trinidad y su vivencia de la relación con Cristo como en estas Cartas a los fieles. Así, pues, el plan de vida que Francisco delinea en estas cartas es mucho más exigente que el del Memoriale; son una exhortación a vivir la peni– tencia en un sentido total. Por eso, aunque no poseamos la regla que, según las fuentes franciscanas primitivas, dio a sus penitentes, estas cartas deben servir de fundamento para la vivencia del ideal franciscano por parte de la Tercera Orden de hoy y de modelo para la acción pastoral que la Pri– mera Orden ha de realizar con los Hermanos de la Penitencia.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz