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LA ORDEN DE PENITENCL\ DE S. FRANCISCO 27 Orden Franciscana con la aprobación de su Regla con la bula Supra mon– tem de 1289, en la que se atribuye la fundación de dicha Orden a San Fran– cisco.27 Las comunidades de Penitentes que hasta entonces no se habían afiliado a ninguna Orden, comenzaron a aceptar más y más una reedición de su Regla remodelada por su Visitador en un sentido franciscano o dominico, según que dicho Visitador fuera de una u otra de estas Ordenes. 2. Testimonios de las fu.entes franciscanas primitivas Una de las limitaciones que los recensores de la obra de Meersseman han puesto en evidencia es lo poco que dicho autor ha tenido en cuenta las fuentes narrativas. 28 Se basa exclusivamente en los documentos oficia– les y jurídicos para mantener su posición, rechazando con argumentos poco convincentes lo que dicen los biógrafos primitivos de S. Francisco y otros escritos antiguos sobre la relación del Santo con la Orden de Peni– tencia. Veamos qué dicen esas fuentes. 29 El primer testimonio, cronológicamente, nos lo ofrece Tomás de Celano en su Vida primera de S. Francisco, escrita en 1228-1229: «Por todas partes resonaban himnos de gratitud y de alabanza; tanto que muchos, dejando los cuidados de las cosas del mundo, encontraron, en la vida y en las ense– ñanzas del beatísimo padre Francisco, conocimiento de sí mismos y aliento para amar y venerar al Creador. Mucha gente del pueblo, nobles y plebeyos, clérigos y legos, tocados de divina inspiración, se llegaron a S. Francisco, deseosos de militar siempre bajo su dirección y magisterio. Cual río cau– daloso de gracia celestial, empapaba el santo de Dios a todos ellos con el agua de sus carismas y adornaba con flores de virtudes el jardín de sus corazones. ¡Magnífico operario aquél! Con sólo que se proclame su forma de vida, su regla y doctrina, contribuye a que la Iglesia de Cristo se renueve en los fieles de uno y otro sexo y triunfe la triple milicia de los que se han de salvar. A todos daba una norma de vida y señalaba con acierto el camino de salvación según el estado de cada un.o» (1 Cel 37). El texto, pues, supone un empeño de vida religiosa especial en los clé– rigos y laicos que se dirigen a Francisco, y que el Santo les dio una norma de vida. Desgraciadamente, Tomás de Celano no concreta en qué consistía tal norma, ni ofrece noticias sobre el modo de organizarse estos grupos y cómo se les atendía espiritualmente. Dado el carácter itinerante de la primitiva fraternidad minorítica, es difícil pensar que esa atención espi– ritual fuera continua. Julián de Espira, en 1231-1232, compuso, para la fiesta del Santo, un texto litúrgico conocido con el nombre de Oficio rítmico de S. Francisco. En el responsorio del II Nocturno, el autor hace una comparación entre 27 Nicolás IV: Supra montem (18-VIII-1289), en G. G. Meersseman: Douier, 75. 21 Cf., entre otros, Mariano d'Alatri en Coll. Franc. 32 (1962) 462-465; S. Ciasen: Die AD– finge des Dritten Ordens, en Wlss. Weis. 26 (1963) 126-133. 29 O, Schmucki: 11 T.O.F. nelle bio¡rafie di S. Francesco, en Coll. Fruc. 43 {1973) 117-143.
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