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186 ANTÓNIO MONTEIRO La palabra del Señor daba la perspectiva a su misión y vocación: «Sien– do yo siervo de todos, estoy obligado a servir y administrar a todos las odoríferas palabras de mi Señor» (2CtaF 2). Decía a sus hermanos: «Atengámonos, pues, a las palabras, vida y doc– trina y al santo Evangelio de Aquél que se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos su nombre... » (1 R 22, 41). Al programar, en nombre del Señor, la vida de los hermanos, establece: «La regla y vida de los hermanos menores es ésta: guardar el santo Evan– gelio de nuestro Señor Jesucristo» (2 R 1, 1). En el Testamento motiva esta decisión suya: «El mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). De la devoción de Francisco a la S. Escritura da testimonio Celano al decir que meditaba todas sus palabras (2 Cel 102), no siendo nunca «surdus auditor», un oyente sordo, cuando escuchaba su lectura, impri– miendo en su alma todo cuanto oía y procurando enseguida llevarlo a la práctica (l Cel 22). Su actitud ante la palabra del Señor era siempre: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (1 Cel 92; 2 Cel 15). En esa Palabra alimen– taba su conversión a Dios (2 Cel 102-105). Ahí buscaba al Señor y en ella se refugiaba (2 Cel 105). Incluso cuando no podía, por cualquier motivo, tomar parte en la Eucaristía, no se dispensaba de escuchar luego la pala– bra del Señor en presencia de los hermanos (EP 117). Cuando se trató de descubrir y decidir su vocación y el llamamiento a una vida de pobreza total, recurrió a la palabra del Señor en el Evangelio (1 Cel 22). A ella recurrió igualmente para discernir la vocación de su primer discípulo, fray Bernardo de Quintaval (2 Cel 15). Como ya hemos indicado, las celebra– ciones litúrgicas constituían para él los momentos privilegiados de ponerse en contacto con la palabra del Señor. Entonces era cuando, reflexionando, llegaba a descubrir aspectos de la teología bíblica que la exégesis de su tiempo estaba muy lejos de alcanzar, sobre todo por la perspectiva en que se movía (L. Iriarte, Vocación franciscana, 1971, p. 31). De hecho, no oía la palabra de Dios sin acompañarla de una profunda y seria reflexión (C. Andresen). ·Refiere san Buenaventura que, en cierta ocasión, Francisco, porque consideraba la S. Escritura tan importante en su vida y en la de sus hermanos, no habiendo en la comunidad más que un solo ejemplar del Nuevo Testamento, lo hizo dividir, dando a cada uno de los hermanos algunas de sus páginas, para que pudieran ocuparse así en la meditación y estudio de la palabra del Señor. Es evidente que, siendo ésta su actitud vital y estando constantemente inmerso en la lectura, reflexión y estudio de la palabra de Dios, necesaria– mente ella tuvo que ser una fuente importante de inspiración para todos y cada uno de sus escritos. Por lo demás, basta ojearlos para verificar la abundancia con que utilizó los Libros Sagrados.

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