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184 ANTONIO MONTEIRO para ser la admiración de todos. Sobresalía en los juegos, en los pasa– tiempos, en las risas y palabras vanas, en los cantares, en los vestidos muelles y lujosos» (1 Cel 2). Y prosigue: «Cautivo en la compañía de los malos, seguía altanero y magnánimo, adentrándose por los caminos de la Babilonia» (1 Cel 2). Insiste luego: «En efecto, como Francisco se en– tregara con juvenil ardor a los pasatiempos, y su edad, la más expuesta, le arrastrara a las ordinarias diversiones, sin saber reprimirse, impulsado por las excitaciones perversas de la antigua serpiente, descendió luego sobre él la venganza divina» (l Cel 3). Y todavía recuerda: «Dolíase de haber pecado con tanta gravedad y reconocíasc reo en la presencia de Dios. Ya no encontraba complacencia en los pecados pasados ni pre– sentes» (1 Ce! 6). La conciencia de pecador permaneció en él muy viva, como manifestaba cuando abría su intimidad (2 Cel 123), estando con– vencido de que «no era más que un despreciable pecador» (2 Cel 140). Las alusiones a los peligros de pecado y a las tentaciones son cons– tantes. Celano dice de él y de sus compañeros: «Se esforzaban en reprimir los incentivos de la carne con tanta maceración que, muchas veces, no tuvieron reparo en desnudarse, en el más crudo frío invernal, ni en revolver su cuerpo sobre matorrales de espinos hasta regarlos con la propia sangre» (1 CeI 40). En la Vida II, el mismo biógrafo cuenta cómo el Santo «desnudóse del hábito y comenzó a disciplinarse sin piedad, re– pitiendo: ¡Ea!, hermano asno, de esta suerte te conviene ser tratado y estar sometido a los azotes» (2 Cel 116); y dice en otro lugar: «Si alguna vez, como es natural, sentía alguna tentación de la carne, en medio del invierno se metía en una hoya llena de hielo y allí permanecía hasta que la tentación hubiera pasado» (l Cel 42). La Leyenda de los Tres Compañe– ros alude a los pecados carnales que el santo posiblemente había come– tido (TC 4). El mismo san Buenaventura, en su Vida de san Francisco, se refiere, aunque vagamente, a esta experiencia de pecado (LM 6, 1). Y lo mismo cabe decir del Espejo de Perfección (EP 45). Francisco fue, de hecho, una persona humanamente muy normal, incluso en la fragilidad. Esta realidad es admitida por todos los biógrafos del Santo, antiguos y modernos, y, en general, por los peritos en franciscanismo. Muchos han realizado incluso investigaciones sobre el género de pecados en que habría caído de manera especial el santo Patriarca. Hay quienes hablan de vida mundana, lujo y gula (1 Cel 1; TC 1; Hilarino Felder, Los ideales de S. Fran– cisco, p. 21); ambiciones seculares (C. de Brighton); deseo de grandezas (S. da Campagnola); prodigalidad (E. Longpré); ostentación (L. Di Fonzo); lujuria (O. Englebert, Vida de S. Francisco, Cefepal, p. 61). Dada la forma en que Francisco comenzó a hacer penitencia, lo común es hablar de egoísmo y de falta de comprensión hacia las miserias y sufrimientos de sus semejantes (Campagnola). Es evidente que esta experiencia personal y vital del pecado fue para Francisco una fuente de inspiración para todo lo que nos dice en sus escritos acerca del pecado. Además, tal afirmación puede comprobarse

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