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FUiNTES DE INSPIRACIÓX DE S. FRANCISCO 183 c10n en sus Opúsculos para tantos y tantas que, después de 700 años, quieren vivir a fondo el Evangelio. Así podemos verlo concretamente respecto a un punto que aparece con insistencia en los escritos del Pobrecillo: el pecado. A él se refiere repetidamente; aparece en casi todos sus escritos, incluso en el mismo Cántico de las Criaturas. Es evidente que, todo cuanto nos dice sobre esta tremenda realidad teológica de sentido negativo, está marcado por la experiencia personal que sintió profundamente en su Yida (Koser, El pensamiento franciscano, pp. 145ss). No tiene que extrañarnos. A veces hay biógrafos que preten– den presentarnos a los santos como si ya hubieran nacido tales del seno de su madre, sin que les llegase a alcanzar ninguna sombra de pecado, cuando se sabe que tal hecho dista mucho de la verdad. No se dan cuenta de que, al proceder así, están ofreciendo al pueblo de Dios no criaturas reales, sino fantasmas que poco o nada tienen de común con nuestra pobre humanidad atormentada por el mal, y, por lo mismo, nada pueden decirnos. De esta experiencia vital del pecado en su vida, Francisco da un claro testimonio cuando dice ex:presamente en el Testamento: «Cuando estaba en pecados, me era muy amargo ver a los leprosos» (Test 1). Y la misma confesión reaparece en la primera Regla: « Y porque nosotros, míseros y pecadores, no somos dignos de pronunciar tu nombre» (1 R 23, 5). En la Carta a toda la Orden, dice: «Confieso todos mis pecados a Dios Padre e Hijo y E,spíritu Santo, a la bienaventurada Virgen María y a todos los santos del cielo y de ]a tierra, y al Ministro general de nuestra Religión, como a mi venerable señor, y a los sacerdotes de nuestra Orden y a todos los demás mis benditos hermanos. Pequé por mi grave culpa en muchas cosas ... » (CtaO 38-39). Y no se piense que Francisco hablaba así por falsa humildad. Sería una ofensa pensar eso de un hombre que, por encima de todo, fue siempre auténtico y verdadero. Por lo demás, de esta experiencia de pecado en Francisco, dan fe otras fuentes franciscanas. Celano, autor de dos vidas de Francisco, escritas con la ayuda de hermanos que convivieron más íntimamente con el santo Patriarca, dice expresamente: «Hubo en la ciudad de Asís, situada en los confines del valle de Espoleta, un hombre llamado Francisco, el cual, criado en el orgu– llo mundano por sus padres desde los primeros años, imitó durante largo tiempo su descuidada vida y costumbres, y los superó en vanidad y arro– gancia» (1 Cel 1). Más adelante, añade: « ... hasta muy cerca de los 25 años de edad, perdió y consumió miserablemente el tiempo. Y no sólo esto, sino que, al superar en mucho a sus conciudadanos en la vanidad, presentábase como organizador de francachelas, ganoso de aplausos. Es– forzábase en sobrepujar a los demás en el fausto de la gloria mundana,
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