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182 ANTÓNIO MONTEIRO Sabemos que su formación literaria, su cultura y formación escolar eran rudimentarias. En su Carta a toda la Orden, él declara e:x:-presa– mente que es hombre «ignorante y sin letras» (CtaO 39). Su formación intelectual pudo muy bien limitarse a algunas semanas o meses en la escuela presbiteral de San Jorge de Asís (Willibrord van Dijk, en Et. Fran. 11, 1961, 137). Consiguientemente, podemos decir que no poseía ninguna cultura científica (Esser). En su Testamento, dice de sí mismo y de sus compañeros con toda sencillez: «Eramos hombres sin letras» (Test 19). Refiere el primer biógrafo del Santo cómo el obispo de Terni, después de haber oído uno de los sermones ele Francisco, se expresó con estas palabras: «Dios ha ilustrado en nuestro tiempo a su Iglesia por medio de este hombre, pobrecillo y despreciable, simple e ignorante» (2 Ccl 141). Luego dirá e;icpresamente que Francisco no tenía ninguna cultura humana. Recuerda después cómo, en cierta ocasión, eX!puso a uno de los hermanos la hipótesis de que llegaran a retirarlo del gobierno de la Fraternidad, que él había fundado, por su falta de cultura, por no convenirles «un hombre iletrado y despreciable» (2 Cel 145). Ciertamente Francisco no pertenecía al número de los letrados salidos particularmente de la Uni– versidad de Bolonia, que sabían hablar «bene et discrete» de los ángeles, de los hombres y de los demonios (Esser). Prueba de esta falta de cultura, concretamente de la cultura de las escuelas teológicas del tiempo, es la terminología que usa al hablar de temas doctrinales, que está muy lejos de ser la usada en aquellos centros de estudio. Véase, en particular, su forma de hablar al referirse a la Eucaristía (B. Cornet, en Et. Franc. 6, 1955, 80s.). Francisco no es un docto en teología de las Escuelas. Sabatier dice de él que nunca quiso ocuparse en cuestiones doctrinales. Para él, la fe no se refería al campo intelectual, sino al moral, a la consagración del corazón. El tiempo pasado en polemizar sobre cuestiones doctrinales era para él tiempo perdido (Sabatier, Vie de S. Franr;:ois). Así se comprende la importancia que se está dando a los escritos de san Francisco. Ellos son los que nos dan acceso a su intimidad, a su corazón, y nos lo revelan. De aquí nacieron tales escritos, sin que tengan otra explicación posible. Aunque brotaron del corazón de Francisco, de lo más íntimo de su persona, hay que admitir la existencia de algunas fuentes que, de una u otira forma, fueron motivo de inspiración en todo cuanto dijo y enseñó en sus escritos. Esas fuentes son las que aquí brevemente quisiéramos recordar. 1) La experiencia personal Sin duda alguna, la vida real fue uno de los grandes puntos de partida en los escritos de Francisco. Esto precisamente hace que Francisco con– serve aún hoy toda su frescura y que se constituya en fuente de inspira-
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