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í90 ANTÓN10 MONTEIRO Leyendo los Opúsculos y luego lo que dicen de Francisco sus biógrafos, especialmente los de la primera hora, es evidente la importancia que él daba en su vida al Espíritu del Señor. Por El se dejaba conducir en los más variados aspectos de la vida. No olvidemos que fue en aquel entonces cuando comenzó a surgir en la Iglesia latina una devoción profunda al Espíritu Santo. Comenzaba entonces a hablarse de la tercera edad del mundo que sería el tiempo del Espíritu Santo. Fue entonces cuando apareció, como exponente de esta devoción, la secuencia mantenida hasta hoy «Veni Sancte Spiritus», que Inocencio III introdujo en la liturgia. Era una devoción vivida pro– fundamente así mismo por todos los movimientos de renovación evangé– lica surgidos entonces en toda la geografía de la Iglesia (P. Dallari). Se dice que pocos santos experimentaron tan intensamente como Fran– cisco la invasión del Espíritu Santo y se dejaron conducir tan profunda– mente por su dinamismo (L. Iriarte, o. c., p. 15). Constantemente lo sentía en sí mismo y también lo veía actuar en los otros. Para Francisco, los candidatos a la Orden acudían a ella «por inspiración divina» (1 R 2, 1). La distribución de los bienes a los pobres que debían hacer los candidatos antes de entrar, debía realizarse «como el Señor les inspirare» (2 R 2, 7). Respecto de sí mismo, dirá en el Tes– tamento: «El Señor me llevó en medio de los leprosos», «El Señor me dio y da tanta fe en las iglesias ... en los sacerdotes ... », «El mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio», «El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor te dé la paz», « ... el Señor me concedió decir y escribir la regla sencilla y puramente ... », etc. (Test 2, 4 y 6, 14, 23, 39). El ir entre sarracenos y otros infieles debe tener como base la «divina inspiración» (2 R 12, 1). En su Carta a todos los fieles, les dice que sobre todos aquellos y aquellas que procedan rectamente y perseveren así hasta el fin «reposará el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada» (2CtaF 48). En este mismo sentido, su primer biógrafo pudo decir de Francisco que era enseñado por la Sabiduría que viene de lo alto (2 Cel 102). Con razón anotan los autores que, en el pensamiento de Francisco, la pobreza, en la que tanto insiste, no tiene finalidad directa en sí misma. Su razón profunda y última es crear el vacío para que después el Espíritu del Señor pueda entrar y actuar en la vida de los hermanos (Esser). A causa del deseo de ser instruido por el Espíritu del Señor, Francisco, en cualquier duda que surgiera en su espíritu, iba a abrir el Evangelio a la suerte, con la mayor simplicidad, en busca del camino que debía seguir (1 Cel 92-93). Todo esto queda bien patente en el hecho de que él hubiese deseado, e incluso lo intentó, que, en la Regla definitiva, figurase el Espíritu Santo como el verdadero y auténtico Ministro general de la Orden (2 Cel 193).

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