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188 AKTÓNIO MONTEIRO Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos, y a la Iglesia Romana» (2 R 1, 2). Porque en su espíritu estaba siempre presente este deseo de garantizar en el futuro esta adhesión filial a la Iglesia por parte de sus hijos, prescribe al concluir la Regla definitiva: «Además, impongo por obediencia a los ministros que pidan al señor Papa un cardenal de la santa Iglesia Romana, que sea el gobernador, protector y corrector de esta fraternidad; para que, siempre sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, guardemos la pobreza y la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (2 R 12, 3-4). De esta manera nació en la Iglesia la institución del cardenal protector que después se extendería a casi todos los Institutos Religiosos y que se ha mantenido hasta tiempos recientes. En su origen está el deseo de Francisco de mantener siempre füme la unión y adhesión total a la Iglesia (T. Lombardi). Al final de sus días, recordando los inicios de la fraternidad, no podía olvidar esta faceta constante de su espíritu y, como hemos visto, escrrbió en su Testamento que el Altísimo le había revelado que debía vivir según la forma del Evangelio, forma que 61 hizo escribir en pocas y sencillas palabras, y el Papa le confirmó. En esta misma línea hay que entender su reverencia a los sacerdotes, a los que él quiere «temer, amar y honrar, como a mis señores» (Test 8). La única condición que exigía para ello es que viviesen «según la forma de la santa Iglesia Romana» (Test 6). Su sintonía con la Iglesia era constante. Se advierte a cada paso en sus escritos. No es lícito pasar a otra religión ni vagar fuera de la obe– diencia, «según el mandato del señor Papa» (1 R 2, 10). Nadie debe ser recibido en la Orden «contra la forma e institución de la santa Iglesia» (1 R 2, 12). «Los hermanos no prediquen en la diócesis de un obispo, cuando éste se lo haya prohibido» (2 R 9, 1). Los hermanos no entrarán en los monasterios de las monjas, salvo aquellos que tengan «licencia especial de la sede apostólica» (2 R 11, 2); etc. Respecto a la reverencia hacia el Cuerpo y Sangre del Señor y todo lo relacionado con el mismo, dice a los clérigos: « Y sabemos que estamos obligados a observar por encima de todo estas cosas, según los preceptos del Señor y las constituciones de la santa madre Iglesia» (2CtaCle 13). A los Custodios de su fraternidad, con una alusión clara a los Decretos del Concilio IV de Letrán, al que tal vez asistió o cuya doctrina y legis– lación conocía bien (Willibrord van Dijk), les dice textualmente: « ... y si en algún lugar el santísimo Cuerpo del Señor estuviese paupérrimamente colocado, sea repuesto en lugar precioso, según el mandato de la Iglesia» (1CtaCus 4). Para Francisco, la palabra que le venía de la Iglesia era siempre la pa– labra de Dios. Por eso, cuando en la fiesta de san Matías escuchó el evan– gelio que le interpelaba en una línea de pobreza total, acudió al sacerdote

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