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Ya que tenemos el «privilegio» de encontrarnos entre los protagonistas de una de las crisis más graves de la Iglesia, nos bastaría con sondear las causas remotas y próximas de la crisis para darnos cuenta de la naturaleza de nuestro malestar y de los remedios que se deben aplicar. Pero autocríticas semejantes se han hecho hasta demasiadas. Además, las indicaciones de los remedios son abundantes v con frecuencia autori– zadas. Lo que tal vez no .se ha hecno todavía suficientemente es asumir el compromiso de la responsabilidad propia personal, por modesta que sea. Es decir: exactamente lo contrario de lo que hizo san Francisco en un tiempo no menos difícil que el nuestro tanto para la Iglesia como para la sociedad: no nos preocupa encontrar el centro secreto y misterioso, pero presente, del hombre y del único medio completo, Jesucristo, Verbo increado, Verbo encarnado, Verbo inspirado. Y así, es hasta superfluo subrayarlo, la evangelización, en lugar de comenzar por uno mismo, co– mienza por los otros, y se convierte en sociologismo o psicologismo; la contemplación es considerada como un privilegio y no como un don que todos deben desear; aun cuando no a todos les es dado experimentarlo en igual medida; y la oración se convierte en fatiga o deber, raras veces en fuente de alegría. Tal vez, con ocasión del 750 aniversario de la muerte de Francisco, tengamos una sola cosa que pedir a Dios por los méritos del Poverello: que nos libere del mal de nosotros mismos: de la dureza del corazón, de la soberbia de la mente, de la tentación de la autosuficiencia. Y tal vez podremos testimoniar nuestra disponibilidad para acogerlo, empeñándonos en humildes intentos de oración y evangelización, como, por ejemplo: experiencias de «desierto», acaso en una de las tantas casas de oración, que abundan en la Italia franciscana; o experiencias de escucha comuni– taria del Espíritu ... ; nueva propuesta de la palabra de Dios al pueblo en una fórmula renovada de las misiones populares; o la meditación comuni– taria del Evangelio; o el apostolado de la Biblia a domi.cilio ... Si bien es verdad que san Francisco fue único y que su experiencia evangélica es inimitable, también lo es que hoy, tal vez como nunca, el mundo lo invoca y espera que alguien resucite su espíritu como testimonio personal y social: los franciscanos no pueden esquivar s.u responsabilidad vocacional frente a un mundo que, severamente, pero con confianza, los interpela. Traducción: Juan Oliver, O. F. M. 289

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