BCCCAP00000000000000000001442

que sacrificar el Fundador matices de su ideal en aras del bien de la institución? Digamos, ante todo, que ese ideal quedó fundamentalmente intacto en la Regla definitiva. Todos los elementos más genuinamente evangélicos, ampliamente expresados en la Regla de 1221, se hallan en la de 1223, si bien más condensados y, a veces, hay que reconocerlo, reducidos a for– mulaciones convencionales que, en manos de los doctos, podían recibir un sentido opuesto al que había querido darles el Fundador, como sucede, por ejemplo, con el capítulo quinto sobre el trabajo, cuyo alcance e inten– ción él se vería obligado a precisar en el Testamento. · Sobre el hecho global de que san Francisco tuvo que renunciar a in– cluir en la Regla cosas que hubiera querido poner, leemos en la Leyenda de Perusa este testimonio de fray León: Nosotros, que estuvimos con él cuando compuso la Regla y casi todos sus escritos, somos testigos de que escribió, tanto en la Regla como en sus escritos, muchas cosas a las que algunos eran contrarios y, sobre todo, los superiores (praelati). Y a la verdad aquellas cosas, en que los hermanos se opusieron a san Francisco mientras él vivió, ahora, muerto el Santo, serían muy útiles a toda la Orden. Pero, como era muy enemigo de provocar escándalo, condescendía, bien a pesar suyo, con la voluntad de los hermanos... Siguen unas amargas· palabras de san Francisco lamentándose de no poder llevar a la fraternidad por el camino que su conciencia le dicta, «por causa de esos hermanos que, con la autoridad y con las luces de su ciencia, se lo echan abajo y se le oponen, diciendo: Tales prescripciones han de ser observadas y cumplidas, tales otras no» (LP 77; EP 11; A. Clareno: Hist. septem trib., p. 57). Como es natural, el punto fundamental de fricción era el de la pobreza absoluta, tal como la entendía Francisco, así en privado como en común. En su manera de ver las cosas, era la fraternidad como tal la que debía vivir al día, renunciando a toda forma de seguridad terrena y de instala– ción, no sólo económica, sino aun social e intelectual. No todos poseían ni la fe heroica del Poverello ni su voluntad de minoridad a todo riesgo. Aquí la victoria de Francisco fue completa: el capítulo sexto de la Regla bulada afirma con fuerza sin igual el ideal de pobreza absoluta; aun el entusiasmo de la redacción está indicando que salió así de la mente del Fundador. Era la respuesta a los prudentes en lo que constituía la misma razón de ser de la Orden; pero él mismo pudo prever que, por eso mismo, sería el caballo de batalla después de su muerte. Como los ministros presionaban a san Francisco para que acep– tara el derecho a poseer, al menos en común, a fin de que una tan gran muchedumbre de hermanos tuviera alguna reserva para el caso de necesidad, el Santo recurrió a Cristo en la oración pidiendo luz sobre este particular. La respuesta del Señor no se hizo esperar: la 169

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz