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· Antes de esa fecha habían ocurrido ya hechos que delataban el conflicto serio entre la línea evangélica del Fundador, ésa que él llamaba «el camino de la sencillez», y la preocupación del sector de los letrados y hombres de gobierno por dar a la fraternidad, ya muy numerosa, una consistencia de institución, es decir, cohesión de cuerpo organizado, compromiso ascé– tico común y posición social influyente. Pero es más fácil poner en marcha un movimiento carismático que crear cauces institucionales nuevos vivificados por él. Un primer paso, de gran audacia creadora, fue la división de la fraternidad en provincias en el capítulo de 1217, sistema sin precedentes en la vida monástica. Era más cómodo, sin embargo, mirar a los modelos ya comprobados por larga experiencia, especialmente por lo que hace a ciertos elementos ascéticos que daban prestigio ante el pueblo a las Ordenes monásticas. Es la línea que pretendían seguir los «prudentes». Bien conocido es el papel que jugó el Cardenal Hugolino en ese con– flicto. Como jurista y hombre de Iglesia, daba la razón a los partidarios de la eficacia institucional, pero, por otra parte, veneraba y comprendía a Franéisto: éste debía seguir siendo el guía espiritual indiscutido de la Orden. Mérito de Hugolino fue el que no se llegara nunca a una verda– dera ruptura entre el Fundador y los «letrados» o «ministros», que iban tomando cada vez más en sus manos, como es natural, el régimen de las provincias; era el mismo san Francisco quien los nombraba. Debió de ocurrir en el capítulo de 1219, que algunas fuentes confunden con el de las «Esteras» (éste parece que se celebró en 1221), cuando se produjo el primer encontronazo espectacular. He aquí el relato atribuido a fray León: Estando san Francisco en el capítulo general de Santa María de la Porciúncula, llamado capítulo de las Esteras, al que asistieron cinco mil hermanos, un grupo de ellos, hombres sabios y prudentes, fueron a encontrar al señor Cardenal (Hugolino), el futuro papa Gregorio, que estaba presente en el capítulo; y le pidieron que con– venciera a san Francisco de que siguiera los consejos de los hermanos sabios y se dejara dirigir por ellos; e invocaban las_ reglas y las en– señanzas de san Benito, de san Agustín y de san Bernardo, que ense– ñan que se debe llevar la vida regular de tal y tal forma. San Fran– cisco escuchó la recomendación del Cardenal en ese sentido; des– pués, tomándolo de la mano, lo llevó ante la asamblea del capítulo y habló a los hermanos en estos términos: -¡Hermanos, hermanos! Dios me ha llamado a ir por el camino de la humildad y me ha mostrado la senda de la sencillez. No quiero oír mencionar la regla de san Agustín, ni la de san Bernardo, ni la de san Benito. El Señor me ha dado a entender que quiere hacer de mí un nuevo fatuo en el mundo, y Dios no quiere que nos dejemos guiar por otra ciencia sino ésa. Quedaos con vuestra ciencia y vuestra prudencia; de ella se servirá el Señor para confundiros ...
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